CAPÍTULO 34

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El teléfono se ilumina entre mi bolita de mantas. He dejado de llorar y temblar, pero el susto todavía lo tengo en el cuerpo. Miro quien es, Cristina. Algo dentro de mí se alegra de que no sea Érick, otra vez. Respiro un par de veces para contestar la llamada.

– Hola – digo lo más normal posible en estos momentos.

– ¿Todo bien? – pregunta directa. No la he avisado cuando he llegado, que eso fue hace más de media hora.

– Si, siento no haber avisado. Todo bien – no sé si eso último se lo digo más a mí o a ella. Parece no notar nada diferente, me desea buenas noches y me dice que nos vemos mañana. Cuando desaparece veo todas las notificaciones de Érick. Solo respondo a su última pregunta, la cual ha repetido mucho.

"Sí, estoy en casa"

Vuelve a escribir, pero ni leo o contesto los nuevos mensajes de su parte, no soy capaz de mentirle, así que no sé qué voy a hacer mañana, cuando volvamos a clase. Decido levantarme a ponerme el pijama para poder ir a dormir y descansar dejando todo lo que ha pasado atrás. En cuanto dejo mis sábanas un miedo me recorre por la espalda haciendo que me cambie lo más rápido posible para volver a mi segura capa de mantas. En cuanto vuelvo me envuelvo en ellas como si mi vida dependiera de ello, algo dentro de mi mente sí depende de ello.

Vuelvo a llorar dentro de mi refugio recordando las palabras de Sebastián "¡Nos volveremos a ver! ¡Pagarás por esto!". ¿Y si de verdad vuelve? Es muy poco probable que me vuelva a cruzar con él. No creo que volvamos a cruzarnos, ¿no?

Que haya la mínima posibilidad entre millones no me hace estar para nada tranquila y sin poder evitarlo lloro mucho más y mis temblores vuelven, sin embargo, los obligo a que paren cuando oigo los pasos de mis padres caminando hacia mi habitación. Cierro los ojos y finjo estar dormida.

– Está dormida – oigo a papá susurrárselo a mamá creyéndose mi mentira. No sé si debieron tardar mucho en irse de mi cuarto, porque fingiendo que dormía, al final lo hice de verdad, y eso solo lo noté a la mañana siguiente, cuando mi despertador suena a la hora para que llegue a tiempo al instituto.

No le hago ni caso, dejo que suene la musiquita hasta que se acaben las pilas, no tengo el mínimo interés en levantarme de la cama. Y eso se da cuenta Cristina, quien aparece en mi habitación veinte minutos más tarde preocupada.

– Amanda, vas a llegar tarde – saluda al verme despierta envuelta en mantas. Veo como se acerca al despertador y lo apaga. – ¿Te encuentras bien?

– No quiero ir a clase – le respondo con sinceridad, no quiero salir de casa. Muchos me llamarán cobarde, pero ahora mismo no soportaría la idea de salir y mucho menos sola. -- ¿Puedo quedarme en casa?

Ella lo piensa unos segundos antes de contestar que irá a avisar a mi madre que está abajo desayunando. Las dos aparecen un minuto después. Mamá lleva un termómetro en la mano y Cristina un botiquín por si les hace falta, pero yo físicamente estoy bien, ¿no?

– ¿Por qué no quieres ir a clases? – pregunta mi madre sentada en el borde de mi cama tras tomarme la temperatura. – Pensaba que este instituto te gustaba.

– Y lo hace, solo que no me encuentro bien – explico sin dar más información de más. – Solo hoy mamá, por favor.

Asiente dándole el termómetro a cristina para que lo guarde con lo demás del botiquín. Desde que nosotros, como familia, nos hemos reconciliado en la casa se percibe otro ambiente. A los trabajadores les he oído decir que ahora se trabaja mucho mejor y que están más cómodos así.

– Tengo que ir a por unos papeles al despacho del trabajo – me dice – Voy y vuelvo. Si pasa algo me avisas.

Antes de salir Cristina y ella comparten una mirada. Cristina me motiva para salir de la cama cosa que a duras penas lo hago. Me dice que me duche para quitarme un poco el malestar y que baje a desayunar.

MI PRINCESA PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora