CAPÍTULO 42

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Lentamente coloca mi mano en su corazón, lo siento debajo de mis dedos. Lleva un ritmo tranquilo. Noto también como respira, inhalando profundamente y soltando el aire poco a poco. Le miro a los ojos. Seguramente él solo vea mi cara roja llena de lágrimas, sin esperarlo, sin importarle que haya gente que lo pueda ver, me sonríe.

– Sigue así, lo estás haciendo bien – me anima. No sabía que lo estaba logrando, pero sigo haciéndolo, imito la respiración de Érick. – Estás a salvo. Te lo prometo. Solo ha sido un susto.

Asiento. Miro al hombre con el que me tropecé, quien me observa atento y preocupado por como reaccioné cuando él solo me quería ayudar. Miro a mis padres, poco a poco su preocupación aminora. Cuando creo que ya puedo ponerme de pie, miro a Érick y le susurro que ya estoy lista. No me contradice. Me ayuda a levantarme, mis padres inmediatamente vienen a abrazarme y a asegurarse que estoy bien. Me acerco al hombre todo lo que puedo, o mi cuerpo está dispuesto a soportar.

– Gracias – le digo, me mira extrañado. – Gracias por evitar que cayese al suelo. Y siento lo demás, algo pasó hace algunas noches y ahora no me gusta el contacto de otros hombres – le explico con la voz rota, tengo la necesidad de hacerlo. Él me mira entendiéndome, ojalá nos algún día esto no sea así. Le sonrío por última vez antes de entrelazar mis dedos con los de Érick y caminar hacia fuera del restaurante. Mis padres nos siguen, pero se entretienen hablando con el jefe de los camareros sobre lo que ha pasado.

– ¿Me das un abrazo? – le pregunto a Érick cuando nos hemos apartado del medio de la calle. Me atrae hacia su pecho sin contestarme. Me abraza con delicadeza y cariño. – ¿Vienes a mi casa? Podemos ver una película – le propongo. Ahora mismo lo único que me apetece es tirarme al sofá y cubrirme de mantas. También quiero palomitas.

Mis padres aparecen justo en ese momento.

– ¿Puede venir Érick a casa? – hago pucheros como cualquier niño pequeño que pide algo. Mis padres se miran y asienten. Busco la respuesta de Érick, que mueve la cabeza en un gesto afirmativo. Caminamos hasta el aparcamiento del museo, donde hemos dejado el coche. Al llegar a casa mis padres no bajan, también quieren tiempo para ellos.

Subo las escaleras después de saludar al poco personal, miro de reojo pendiente de si Érick me sigue. Y lo hace, con calma, pero lo hace.

Me tiro en la cama nada más llegar a mi habitación, y una tensión que recorría mi cuerpo deja de existir. Oigo a Érick cerrar la puerta, giro mi cabeza a un ángulo bastante incómodo para mirarlo. Deja la mochila en el suelo y sobre mi silla de escritorio el abrigo negro que lleva para no pasar frio. Se acerca a la cama para sentarse en un borde antes de dejarse caer de espaldas.

– ¿Qué ha pasado? – su pregunta resuena en el silencio de la habitación. No quiero hablar de ello. Simplemente dejo de mirarle, me levanto para coger el portátil de la mesa y poner alguna película. Una de misterio. Vuelvo a sentarme en la cama, pero esta vez con el portátil en mi regazo que se enciende para que entre en internet. – Amanda... – tira de mi manga con delicadeza. Vuelven las lágrimas, pero me niego a llorar, no voy a hacerlo, Sebastián no puede hacerme llorar tanto, no lo merece. – Princesa, di algo – suplica. Lo miro y frunzo el ceño.

– ¿Qué quieres que diga Érick? – le pregunto dejando el ordenador en las sábanas y poniéndome en pie. – ¿Quieres que te diga el miedo que tengo en que un hombre me toque como el lo hizo? ¡O peor, que Sebastián vuelva a encontrarme y decida seguir con lo de la otra noche! ¡Mi mente no deja de pensar que eso puede pasar! – le grito. Le grito para que me entienda, necesito que lo haga.

Para mi sorpresa sonríe.

– Por fin – me dice. Se levanta para sentarse en la silla del escritorio con cuidado, se ha acercado, pero quiere darme mi espacio. – Tienes miedo, dilo. No serás menos valiente por decirlo en alto. Yo voy a estar ahí.

MI PRINCESA PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora