Capítulo 33.

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[La respuesta.]

—Mamita. — Artemis intentaba poner la mejor carita de inocencia para que el enojo de su madre no aumentara tan desmesuradamente. — Te juro que lo puedo explicar, de verdad lo puedo explicar.

—No quiero que me expliques. — Cortó cabreada la menor de los Afanador. — Quiero que me digas del lugar del que sacaste los benditos chocolates, que claramente yo no te di porque eres alérgico. — Natalia realmente estaba muy enojada, pero no era tanto por el hecho de descubrir que su hijo tenía una cajita llena de diferentes chocolates bajo su cama, sino que era porque estaba sintiendo que todo se le estaba saliendo de control y no tenía forma humana de recuperarlos. — También quiero que me expliques de inmediato, ¿a quién se supone que le pediste permiso para estar comiendo dulces a estas horas?

El niño negó furiosamente. — No puedo, porque no quiero que la retes.

—Así que esa persona es una mujer. — Dedujo con rapidez, haciendo una lista mental de todas las empleadas que se podían llevar una reprimenda, porque Makis se había asegurado de que no estuviera sola en la casa en esos dos días que le dio de plazo. — Dime en este momento, jovencito. No agrandes el castigo que ya tienes ganado.

—Es que... — Artemis estaba reticente, no quería que su cómplice también cayera. — No, mamita, solo fue un chocolate. — Pidió tirando de la tela del jeans, replicando ese símbolo tácito que tenía para pedir un abrazo. — Te prometo que la siguiente vez te pediré permiso si quiero comer dulces y... y... y...

—Buenas tardes, señorita y caballero. — La voz célebre de Makis llegó desde la entrada al cuarto de Artemis. — Espero que... — La sonrisa abierta y deslumbrante se transformó en un ceño fruncido y en unos labios entreabiertos que revelaron su confusión pura. — ¿Qué ha pasado?

Artemis en su rápida cabecita idea un plan de escape que sería infalible y que lo salvaría de ser reprendido por su madre. A ojitos cerrados y puñitos apretados corrió hasta que impactó con la rodilla de quien significaba su salvación, sin ser conciente de que provocó en Makis un sentimiento abrazador que le cortó la respiración y la convirtió en gelatina. La pelinegra actuó por inercia cuando se agachó para enganchar sus dedos en las costillas del niño y lo alzó con fuerza apremiante contra su pecho.

—¿Qué ha pasado, amigo? — Susurró en una lucha amarga por no decirle hijo de una vez por todas. — ¿Has hecho algo? ¿Te han hecho algo?

—Tenemos un 33 -12. — Musitó suavemente el niño contra el oído de la adulta. — Repito, tenemos un 33 – 12.

Merde. — Jadeó en su idioma natal casi por inercia, y no obstante, pese a que creía que ese sentimiento de ser atrapada era lo peor, cuando se encontró con la ceja alzada de Natalia esa grosería se hizo más profunda. —Putain de merde.

Artemis torció el gesto, al igual que hacía Makis en algunas veces. — Makis, creo que ese código no me lo enseñaste.

—Eres muy enano para enseñártelo.

Natalia se sentía excluida de esa conversación. — ¿Por qué diablos estás hablando en francés? — Gruñó mal humorada. — Nadie más que tú lo habla.

—Artemis, cúbrete los oídos. — Ordenó pacientemente y con esa sonrisa encantadora. Apenas el chico lo hizo, ella le dio una mirada casi dulce a Natalia. — No voy a maldecir en español frente al niño. — Gesticuló más de lo que dijo en voz alta. — ¿Me puedes explicar por qué estás tan irritada? Solo son un par de chocolates.

—Es alérgico al cacao, María Cristina. — Rugió sin contenerse en absoluto. — Además, estás ya no son horas de que un niño se atiborre con golosinas, capaz que ni siquiera duerma con el trancón de azúcar que se dio.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora