Capítulo 14.

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[Rendida a tus pies.]

Natalia.

Me removí perezosamente, estirando mis entumecidas extremidades a esas horas de la mañana luego de las muchas horas durmiendo en una extraña contorción que me permitió abrazarme a ese cuerpo cálido que me llevó a un profundo sueño. Podía escuchar como su aliento chocaba con mi nuca y podía sentir como sus dedos acariciaban inconscientemente la curvatura de mi espalda.

Me sentía entumecida por la poca costumbre que tenía de dormir con alguien, quizás demasiado torpe como para deshacerme de su abrazo y deslizarme fuera de la cama para huir. Pero, había aparecido la otra parte, esa que no era netamente sentimental y que dejaban de lado esa parte animal que la llevaba a declararme suya a cada minuto que pasaba.

Un sonrisa se formó contra mi cuello, como si en realidad estuviese escuchando cada una de las cosas que pensaba y finalmente, un beso perezoso en ese hueco que se formaba entre mi clavícula y el inicio del cuello.

—Puedo escuchar tu corazón latir con más fuerzas desde que despertaste. — Murmuró mansamente, acurrucándose como si fuese un pequeño y no un lobo milenario que tenía la capacidad de partirme a la mitad si así lo deseara. — Se siente tan bien escuchar tu corazón.

—¿Desde qué hora estás despierta? — Respondí a susurros, sin saber realmente lo que quería decir. —¿Te desperté?

—No duermo durante la noche. — Ese tono chulo me hacía querer golpearla, pero luego abrió sus ojos y me miró con un extraño color cobrizo que brillaba con más intensidad bajo los rayos del sol naciente. — Esta es la primera noche en la que logro dormir unas cuantas horas, pero para el amanecer, ya estaba despierta.

—¿Qué hora es?

—Las 10 de la mañana. — Susurró tan suelta de cuerpo, como si no hubiésemos faltado al colegio. — Y creo que es hora de que vamos a buscar tu desayuno.

—No comeré un ciervo en el bosque. —Corté con rapidez. — Me gusta el filete a término medio, pero correr tras mi presa en el bosque, no es lo mío. — Una risa nasal salió de sus labios y omitió por completo el hecho de que me estaba burlando de ella. — Lo digo muy seriamente, eso de comer ciervos no es lo mío. — Alcé las manos para enfatizar cada palabra. —Ni siquiera he comido ciervo.

Makis seguía riendo como si en verdad estuviera diciendo el mejor chiste del mundo y finalmente terminó por esconder su mano en la parte trasera de mi cuello para tirarme contra sus labios y robarme con rapidez mi boca en un beso tenue que apenas logró hacer la presión suficiente. Era un beso sin malicia alguna, que dictaba cariño en cada segundo compartido.

—Yo pensaba en café y algunas donas que le puedo robar a Juliana.

—¿Juliana no se enojará? —Pregunté inocentemente. —Supongo que robarle la comida a una mujer lobo, no es un buen negocio.

El entrecejo de Makis se volvió una línea. —Yo soy su alfa, a mi no me puede negar nada.

A veces no podía creer que ese ser humano tan pequeño tuviera el poder para derribar a quien se le cruzara por delante, pero más aún, me costaba creer que fuese quien mandaba a esas mujeres que la rodeaban y parecían ser completamente salvajes. Era algo que realmente impresionaba, pero más aún, impresionaba que me sintiera tan segura estando a su lado.

Ella se levantó completamente desnuda, tirando las sábanas de forma descuidada hacia atrás y comenzó a pasearse como su nada le importunara. Se paseaba con esa cosa meciéndose entre sus piernas y con el trasero firme que te llamaba la atención apenas lo mirabas.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora