Capítulo 3.

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Makis.

Mi lobo rugía embravecido por tener sus labios contra los míos, era como si el simple hecho de tenerla cerca impulsara el cambio y desatara ese instinto animal que gritaba todos los días porque la tomara como mía de una vez por todas. Era un gruñido estridente que migraba desde el centro de mi pecho y traspasaba mi cuerpo hasta migrar por entre mis dientes que luchan por no hundirse con furia en ese carnoso labio.

Pero ella me empujó de súbito, arrancando un gruñido profundo de protesta; tal parece, que mi mate era más rebelde de lo que pensaba, porque su mano abierta impactó con furia contra mi mejilla, girando mi rostro hacia el lado contrario.

—¿¡Qué demonios te pasa!? — Gritó espantada. — ¡Eres una salvaje! — Espetó luego, refiriéndose, al parecer, a un tema completamente diferente al de su protesta inicial. — ¡Mira como lo dejaste!

—¿Me golpeaste? — Pregunté atónita.

—¡Y tú dejaste deforme a Tomás! — Exclamó con fuerza, aumentando mi enojo hasta niveles insospechados. — ¿¡Por qué lo hiciste!?

—¡Él te estaba tocando! — Bramé con ira. — ¡Estaba a punto de besarte! — Ella me seguía mirando como si fuese una loca por defender lo mío, cuando la loca es Natalia Afanador por defender a ese pelmazo. — ¡No me mires así, señorita! Sabes que tengo razón, sabes que digo la verdad. No...no...no. — Alcé las manos frustrada al no tener una explicación fácil para todo esto. — ¡Él estaba a punto de besarte, y eso no va a pasar! Pero...— Le miré incrédula. — ¿Me golpeaste?

Natalia jadeó. — ¡Oh, Dios! — Exclamó horrorizada. — Mi primer beso fue robado. — Sus manos fueron directamente a su boca para cubrirla. — No debía ser así.

Sonreí para mí, mientras hacía esfuerzos tremendos para no salir del edificio y aullar a la luna con completa felicidad; quería tomarla en mis brazos y llevarla hasta mi habitación, encerrarla y dejarla ahí para siempre, así solo yo podría apreciar su belleza.

—¿Es tu primer beso?

Ella me miró como si fuese un insecto pegado a la pared, luego pasó por una pequeña etapa de odio, y finalmente cayó en una especie de miedo o preocupación completamente abrumadora que no la dejó contestar.

—Tenemos que ayudarlo. — Susurró arrodillándose al lado de Tomás.

—¡De ninguna manera! — Rugí. — ¡Y quiero que te alejes de él en este instante!

Natalia apuntó directamente al cuerpo inerte de Tomás. — Hay que llevarlo con la enfermera. — Intentó disuadirme. — Está mal, señorita, necesitamos llevarlo.

Bufé desganada. — Yo lo llevo. — La miré con autoridad. — Tu, ve a casa, ya es muy tarde para que estés deambulando por estos lares. — Ella seguía mirándome con una cierta irreverencia. — Además, no es bueno conducir luego de que oscurece. Los animales están muy alterados últimamente.

—Yo...yo...yo quiero saber...

—Tu no tienes que saber nada de él. —Corté con búsqueda. — Solo lo llevo por cortesía y que agradezca que no exploto su cabeza contra el pavimento, porque eso es lo que se merece. — Mis palabras ya parecían gruñidos guturales lanzados por una bestia iracunda. — No me obligues a llevarte a tu carro a la fuerza. — Ella temblaba, y por esta vez no me importaba en absoluto que me temiera. La quería lo más lejos posible de ese imbécil. — Y si tienes algo de piedad por ese imbécil, más te vale hacerme caso porque si te sigue mirando, lo mataré sin compasión alguna.

—No le hagas daño. — Suplicó con rapidez.

Le susurré en ese tono ufano. — Entonces. — Sonreí de medio lado, sabiendo que mis ojos hurgaban su alma y la sometían a mi voluntad. — Vete a casa en este momento, Natalia Afanador, no lo diré una vez más.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora