Cerré mi computadora con pereza y me recosté sobre el escritorio. Me quedé así por algunos minutos y luego me levanté de mi oficina, estiré mis músculos y miré la hora.
Al abrir la puerta enseguida el olor a comida casera inundó mis fosas nasales. Caminé hasta la cocina y sonreí al ver a Katie concentrada en la olla. Avancé hasta estar cerca y vi que tenía sus audífonos puestos, probablemente estaba escuchando un podcast, y enseguida sonreí ante mi malévolo plan. La abracé repentinamente por la cintura mientras grité.
–¡¿Qué haces?!– dio un salto y me miró frunciendo su ceño, me empujó y reímos a la vez que se quitaba los auriculares.
–Puedo escuchar mi corazón latiendo– dejó el cucharón en una fuente y se giró para abrazarme –¿Cómo estuvo tu reunión de trabajo?– suspiré.
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–Aburrida– besó mi frente –¿Cómo estuvo tu tarde?– una sonrisa apareció en su rostro y supe lo que se venía, ella apagó la cocina y me miró.
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–Te cuento mientras comemos– asentí con entusiasmo, le ayudé a servir y nos sentamos una al lado de la otra.
–Así que dime, ¿Qué leíste hoy?– mordió su labio.
–Es de Ann-Marie MacDonald, se llama "Arrodíllate"– levanté mis cejas.
–Tengo la boca con comida, pero luego lo puedo hacer con gusto– reímos y mordió su labio –Adelante– comenzó a contarme con detalle la historia que había leído. Yo la escuchaba atenta mientras admiraba los ademanes y gestos que hacía para volver la historia un poco más real.
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