12. Segreti (Secretos)

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Monica estuvo pendiente de todo el proceso; de todos los hilos que estaba moviendo su hijo para trasladar las cenizas de Ingrid y de todo el esfuerzo por buscar un culpable con quien desquitarse del dolor que sentía por dentro; la situación empezaba a ser insostenible para todos.

La realidad de lo acontecido le dolía tanto como a él, y se lamentaba por no haber estado más pendiente de ella. Tal vez si hubiera hecho caso a las señales, si hubiera visto que Ingrid estaba triste o afligida... todo sería diferente. Pero no le prestó la debida atención, pensó que todo iba bien entre ellos y que el amor que se tenían era indestructible.

Pero por encima de todo estaba Marcello. No podía ver cómo se consumía invirtiendo todo su ser en una búsqueda que solo le traería más desgracias.

Esperó el momento en que el hombre de confianza de Marcello regresó a Nápoles y lo abordó antes de que se reuniera con su hijo.

―Mauro, ¿qué noticias traes?

El hombre suspiró y miró hacia abajo.

―Malas noticias, señora, si me disculpa...

―De eso nada. Me lo vas a contar y entonces decidiré si esta vez va a enterarse mi hijo o no.

―Señora, yo trabajo para él.

Ella le miró con severidad.

―No, Mauro, trabajas para Stefano Lucci, mi marido. Mi hijo ha requerido tus servicios, pero quienes nos aseguramos de que cobres cada mes somos Stefano y yo. Ahora te lo ordeno, dime qué has averiguado porque me da a mí que esto nunca va a parar. Ya casi ha pasado un año desde que desapareció Ingrid, tiempo más que suficiente para que abandone esta estúpida búsqueda que no le hace ningún bien y empiece a vivir su vida.

Mauro le entregó con resignación el sobre que llevaba para Marcello.

―Todo este asunto no hace más que complicarse ―comentó mientras ella abría el sobre―. Hablamos con las chicas alemanas hospedadas en el hotel e hicieron un retrato robot del hombre que subió con ellas en el ascensor. Se acordaban poco de él porque no le prestaron demasiada atención, pero como puede apreciar, el sospechoso que describieron se parece mucho a... ―le entregó una nueva fotografía que tenía en las manos―, sabe quién es, ¿verdad?

Monica se llevó una mano a la boca.

―¡Cielo santo! Esto no me lo esperaba ―los ojos se le llenaron de lágrimas―, pobre chica, tal vez por eso ella... ―se obligó a cerrar los ojos y recomponerse de la sorpresa―. ¿Qué más has descubierto, Mauro?

―No encontramos el cuerpo. El médico que la trató dice que murió esa misma noche de un fallo multiorgánico y la trasladaron a la morgue. Pasado un tiempo, y dado que nadie reclamó los restos, la incineraron. Pues bien, he visto todas y cada una de las fotografías de los difuntos de la morgue. Se hacen fotografías de los cadáveres a los que realizan autopsias y a los que no tienen identidad, como en el caso de Ingrid. Ninguna de ellas coincide, me he metido en los archivos y las he analizado a conciencia una por una y no he encontrado absolutamente nada. Nada que certifique su muerte más allá de los vídeos del accidente.

―¿Qué tratas de decir?

―Seguramente se debe a un error humano, puede que la enterraran con otro nombre o no le hicieran la fotografía post mortem, pero por desgracia no puedo proporcionarle a Marcello un cuerpo al que velar. Me llevaría toda la vida buscarla entre los muertos.

―Está bien, Mauro, haremos lo siguiente ―dijo doblando por la mitad el retrato robot del sospechoso―, le daremos un cuerpo que enterrar y omitiremos el detalle del sospechoso que describieron esas dos chicas.

―¿Cómo dice? ―preguntó incrédulo.

―Ya sé lo que ha pasado aquí. Creo que comprendo por qué Ingrid se apartó de Marcello y por qué no quería que él la encontrara ―dijo mientras se enjugaba con rapidez las lágrimas de los ojos―, pero no entiendo cómo la situación pudo descontrolarse hasta el punto que ella decidiera acabar con... ―Las palabras se atascaron en su garganta y se obligó a ser fuerte–. ¿Crees que contar la verdad a Marcello hará que ella resucite? Lo único que conseguiremos es alimentar su odio e infligirle más dolor y entonces estoy segura de que hará algo realmente estúpido, buscará una venganza inmediata y cometerá errores que pueden acabar con todo lo que conoce. No ―negó con la cabeza―, no lo permitiré. Esta historia acaba aquí porque no podemos cambiar lo que ha ocurrido, pero sí está en nuestra mano evitar que la pelota se haga todavía más grande. Marcello nunca debe saber nada de esto, le daremos pistas falsas que no conduzcan a ninguna parte.

―¿Y el cadáver?

―Conseguiré cenizas, le diremos que son de ella y fin de la historia.

El hombre asintió poco convencido, pero no tenía más opción que obedecer; aunque siguió sintiéndose desanimado por no haber podido hacer más. De lo único que estaba seguro era de que la señora tenía razón cuando había dicho que seguir buscando culpables solo alargaría su sufrimiento.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora