27. Insistenza (Insistencia)

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Gabriela no era una mujer cualquiera. Era una de las pocas personas capaces de hacer que el tiempo se detuviera a su alrededor, provocando que cada movimiento que realizara, pareciera haber sido grabado a cámara lenta.

Eso pensó Claudio cuando la vio subida a la escalera, colocando la lámpara de cristales ahumados que había pedido para decorar el salón, mientras hablaba desde su teléfono móvil con el manos libres.

Sin mediar palabra se acercó a ella; aún estaba molesto tras su último encuentro en el bar, pero simplemente no podía evitarlo. Si sabía que ella estaba trabajando en casa, no podía evitar buscar cualquier excusa para ausentarse e ir a verla.

―Ahora en serio, Gabi, dime en qué se fijan las mujeres, porque por más vueltas que le doy no entiendo por qué se me da tan mal...

Ella rio despreocupada.

―Pues yo no tengo la fórmula, ya sabes que cada mujer es un mundo.

―No creo que seáis tan diferentes, sois de la misma especie; así que venga, ayúdame un poco, anda...

Ella sonrió y detuvo un instante sus movimientos para poder pensar.

―Pues creo que el sentido del humor es importante, una persona con la que puedas reír da confianza. También tiene que ser firme con sus ideales, pero al mismo tiempo flexible, que no le dé miedo admitir cuando se equivoca y... debería estar lo suficientemente loco como para hacer cosas inesperadas por la otra persona. Creo que esa sería la definición del hombre perfecto, por eso no existe.

Los dos rompieron a reír.

―¿Y qué hay del físico? Eso también es importante.

―Bueno ―Gabi se encogió de hombros―, es importante, pero hasta cierto punto.

―¡No me vengas con esas! Todos nos fijamos en algo a primera vista.

―Supongo que unos músculos y un buen culo nunca están de más.

Volvieron a reír.

―En fin, ligar con alguien es más complicado de lo que parece. Ya te mantendré informada, ahora tengo cosas que hacer.

―Yo también, nos vemos antes de que te vayas y me cuentas.

Se despidieron y Gabi se guardó el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón y continuó con la tarea.

Claudio volvió a sentirse celoso, no sabía con quién hablaba con tanta familiaridad, pero deseó ser esa persona.

Por fin se armó del valor suficiente y entró en la habitación. A medida que se acercaba a ella olía su perfume, esa mezcla de fresa y frambuesa que le obligaba a cerrar los ojos e inspirar profundamente. Ella no tardó en intuir su presencia y, sin necesidad de mirarle, señaló la mesa a su espalda y le preguntó:

―¿Puedes pasarme el cristal que falta, por favor?

Él no se lo pensó, lo cogió y se lo entregó. Gabi subió un peldaño más en la escalera y en ese momento quedaron todavía más cerca.

Para entonces su mente ya estaba en otro lugar, sus pulsaciones iban en aumento y ese molesto cosquilleo que nacía en el fondo del estómago y no hacía más que evidenciar que esa mujer era la causa directa de todos sus males, se extendía ya por todo su cuerpo.

Cuando terminó de orientar la lámpara a su gusto, Gabi bajó con elegancia de la escalera y le miró.

Sus ojos se encontraron y él sintió como si en ese instante el aire huyera de sus pulmones.

―Bueno ―empezó ella rompiendo el silencio―, ¿qué te parece?

―Me gusta ―reconoció mirando hacia arriba―, ¿te quedan más por colocar?

―Las del pasillo...

Claudio asintió y fue hacia la mesa para recoger las que faltaban y ayudarla a ponerlas. Estaba cohibido, sin saber qué decir, pues su mente hervía y se bloqueaba cuando ella estaba cerca.

A Gabi le extrañó que estuviese tan callado, por lo general solía abordarla con comentarios picantes, pero en esa ocasión parecía diferente, más reflexivo de lo habitual...

Sin mediar palabra Claudio colocó la escalera en el pasillo y procedió a retirar la antigua lámpara. Ella lo miró y, tras ver sus forzados movimientos, advirtió que trataba de seducirla. Observó cómo se remangó la camiseta hasta los hombros para exhibir sus músculos mientras atornillaba la lámpara al techo. Tampoco le pasó desapercibido su apretado culo, y cuando se giró en su dirección para pedirle el destornillador de estrella, aprovechó la maniobra para que este quedara a la altura de la cara de ella. Gabi soltó una risotada y se apartó de él para reír a gusto.

―¿Qué pasa? ―quiso saber.

―¿Esto es lo mejor que sabes hacer?

―¿A qué te refieres?

―Sé que has escuchado la conversación que he tenido antes con un amigo.

―No sé a qué te refieres. ―Bajó de la escalera de un salto y la miró―. Pero dime, ¿crees que tengo un buen culo?

Gabi volvió a reír a carcajadas y se dirigió a la habitación negando con la cabeza.

―Eres lo que no hay. De verdad, Claudio, no pasa ni un solo día en que no me sorprendas.

―Tengo músculos, un buen culo, te hago reír y puedo sorprenderte. Me queda poco para acabar tu lista de exigencias, si lo consigo, ¿te acostarás conmigo?

―¡Pero qué estás diciendo! ―no podía parar de reír.

―La verdad, no sé por qué te resistes tanto, somos adultos y ambos sabemos a lo que jugamos. Además, estoy seguro de que me encantaría tu cuerpo y a ti el mío.

De repente el humor se esfumó y Gabi le miró con mucha atención. La intensidad de su mirada azul y las cosas que le decía la excitaban. Pensar en Claudio, ese hombre tentador sobre su cama le hizo temblar las piernas al imaginar todo lo que podrían hacer, pero no pensaba bajarse del burro. El sexo con Claudio sería bueno, ¿y luego qué? No habría nada más que incomodidad y arrepentimiento por ambas partes.

No... definitivamente no podía permitirse un desliz así; más allá de una noche de juerga, no le aportaría nada.

―Los italianos sois insistentes por naturaleza, pero por más que insistas la respuesta no va a cambiar y es no.

Dio media vuelta y se dirigió al salón para recoger sus cosas, solo quería alejarse de allí.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora