Después de tres meses por fin había localizado la única pista que podía ofrecerme información sobre Ingrid. Hablé con Lucas, su pareja antes de trasladarse a Nápoles. Teniendo en cuenta la escasa información que tenía de él, fue toda una hazaña poder encontrar su número de teléfono.
La pequeña chispa de esperanza que se encendió esa mañana, se apagó al acabar de hablar con él. No se habían vuelto a ver, ella no se había puesto en contacto con él desde que lo dejaron y, por una vez, hubiese deseado que eso no fuera así. Colgué el teléfono y propiné un puñetazo a la pared de mi habitación. Tras ese vino otro y otro más y para cuando quise darme cuenta tenía los nudillos ensangrentados y mis padres irrumpieron alterados en mi cuarto.
―¡¿Marcello qué estás haciendo?!
Mi madre se cubrió la boca con la mano y corrió hacia mí para acariciar mis manos.
―¡No puedo dejarlo! ¡Necesito saber! ―grité fuera de mí.
―Hijo, esto no te hace ningún bien, debes empezar a asumirlo.
―¡No!
El grito desgarrador que salió de mí heló la sangre de los presentes. Mi madre se estremeció y empezó a temblar al verme completamente enloquecido.
Solo era capaz de sentir el latido de mi corazón en cada porción de piel de mi cuerpo. Los ojos estaban inyectados en sangre y me escocían al fijar la mirada. Pude sentir la espuma agolpándose en la comisura de mis labios mientras gritaba a vivo pulmón que no la olvidaría, que debían entenderme, estar a mi lado y dejar de repetirme que lo dejara.
Mi padre empalideció y su cuerpo no se movió ni un milímetro. Pude ver en su expresión que no me reconocía.
Apreté con fuerza los puños y, haciendo a mi madre a un lado, seguí golpeando la pared hasta que la piel de los nudillos se abrió dejando al descubierto el hueso.
Los hombres de confianza de mi padre consiguieron aplacarme. Me sujetaron con fuerza mientras me retorcía intentando liberarme. No me soltaron hasta que quedé literalmente exhausto.
―¿Sabes por qué estoy aquí, Marcello?
Giré el rostro tratando de ignorarle.
―Mis padres creen que necesito a un loquero, se niegan a admitir que tengo un asunto pendiente y que no volveré a ser el mismo hasta que no consiga resolverlo.
―Has estado sometido a demasiado estrés últimamente y el estrés no te ayudará a resolver los problemas.
―No puedo hacer nada para evitarlo.
―Tal vez sí.
Le miré escéptico.
―No voy a medicarme ―aventuré con firmeza.
El psiquiatra sonrió y se relajó en su asiento.
―No voy a recetarte nada, solo voy a ayudarte a resolver el problema.
Sonreí con desgana.
―¿Tú?
Asintió muy seguro de sí mismo.
―Solo tú puedes resolver esta ecuación, Marcello. Estoy al tanto del problema, pero no conozco lo suficiente a Ingrid, ni siquiera la conoce tu familia, así que encontrarla solo depende de ti. Pero no podrás hacerlo hasta que no encontremos alguna forma de liberar el estrés, controlar la impulsividad y proporcionarte momentos de relax, momentos que te ayuden a analizar cada detalle y encontrar nuevas pistas para estudiar, lo que yo llamo mente fredda.
ESTÁS LEYENDO
Ingrid
RomanceEl hijo de un prestigioso capo italiano ha perdido a la mujer de su vida de la noche a la mañana. Pese a las evidencias que indican una marcha voluntaria, él nunca deja de indagar, y en su búsqueda destapa oscuros secretos de la mujer que ama. *** I...