―¡No puede haberse evaporado, maldita sea! ―di un golpe seco contra la mesa y me puse en pie―. No he venido a un país extranjero, con el riesgo que eso supone, para regresar a Nápoles con las manos vacías.
―Marcello, no sabías con certeza si estaría aquí, yo sinceramente creo que...
―No lo digas ―le advertí con los ojos llameantes.
―Pues lo siento, pero esta vez tendrás que escucharme ―Claudio me bloqueó el paso cuadrándose delante de mí―. Ella no es como nosotros, nunca lo ha sido y debes empezar a asumirlo. Admito que hubo un tiempo en el que creí que encajaba a la perfección en nuestro mundo, pero con el paso de los días esa teoría se ha ido cayendo por su propio peso, la realidad es que ella se ha cansado. Es demasiado humilde y toda esta situación la ha sobrepasado.
―¿Estás diciendo que se ha cansado de mí, que me ha aborrecido como a un jersey que ya no está a la moda?
―Solo digo que, tal vez, ella buscaba otras cosas y creyó haberlas encontrado en ti, pero todo el peso que tenemos que soportar, nuestras responsabilidades y demás... no todo el mundo lo aguanta.
―Te equivocas ―negué reiteradamente con la cabeza, sin dar credibilidad a su argumento―. Ella nunca me haría esto, algo le ha pasado.
―Dejó la pulsera en la mesilla, te escribió una nota de despedida y cogió el pasaporte, vuestros recuerdos y prendas de ropa de su armario. ¿Qué más pruebas necesitas?
―Necesito que me lo diga mirándome a la cara.
―Si no lo ha hecho es porque sabe que pondrás todo de tu parte para hacerle desistir de la idea.
―¡Por supuesto! ―grité―. Nada es tan importante; si realmente el problema es que se ha cansado de cómo vivimos y de lo que hacemos, yo podría... podría...
―¡No digas tonterías! Tú no puedes hacer absolutamente nada, has nacido acarreando determinadas responsabilidades de las que no puedes escapar.
―Podría desaparecer con ella, cambiar de nombre y...
―¡Papá jamás lo permitiría! Eres uno de nosotros, Marcello; no puedes dar la espalda a tu familia.
―Ah, ¿no? ―le desafié con la mirada―. Ponme a prueba ―le reté―. Si ella no está junto a mí, yo no estaré junto a vosotros.
―¡¿Pero te estás oyendo!? ¡Esto no tiene ningún sentido, eres un Lucci!
―No, Claudio, soy solo un hombre. Un hombre que ha perdido la razón de su existencia.
―Estás loco ―me reprochó con decepción.
―Ingrid es todo mi mundo, me ha salvado la vida... Me niego a dejarla marchar sin luchar por ella. Y que os quede claro a todos: haré cualquier cosa para recuperarla ―clavé la vista en mi hermano―. Cualquier cosa ―sentencié.
Claudio negó con la cabeza y se fue dejándome solo. La rabia se estaba apoderando de mí, expandiéndose por todo mi cuerpo como una llamarada sin control. Sentía como si en cualquier momento fuera a explotar.
Ciertamente todo era una locura, aún no me creía que las cosas entre nosotros se hubiesen torcido hasta el punto de que ella quisiera alejarse de mí. Mi familia decía que era un inconsciente, que me estaba dejando llevar por las emociones y que si la perseguía haría que ella se alejara todavía más de mí. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Esperar nunca ha sido mi fuerte, no me caracterizo por ser un hombre paciente. Solo hice una excepción con ella, Ingrid bien merecía el esfuerzo de cambiar algunas de mis actitudes; pero sin ella a mi lado ya nada tenía sentido. Ingrid era la única mujer en el mundo que hacía que deseara ser quien soy, que me esforzara en ser un eslabón más de la larga cadena de los Lucci.
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Ingrid
RomansaEl hijo de un prestigioso capo italiano ha perdido a la mujer de su vida de la noche a la mañana. Pese a las evidencias que indican una marcha voluntaria, él nunca deja de indagar, y en su búsqueda destapa oscuros secretos de la mujer que ama. *** I...