35. Febbre alta (Fiebre alta)

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El dolor de cabeza no cesó durante todo el camino de vuelta a casa. Sentía como si me fuera a estallar en cualquier momento y por si eso fuera poco, tenía fiebre. El calor de mi cuerpo podía derretir un cubito de hielo; sin embargo, las manos estaban frías y sin saber por qué, no podía dejar de temblar.

Entré en casa y Vincenzo corrió a mi encuentro.

―¿Se puede saber dónde estabas? ¡He estado a punto de llamar a la policía! ¡No has contestado a mis llamadas!

Me toqué la frente y tragué saliva. No tenía claro qué debía decirle; una parte de mí quería contárselo todo; otra, me advertía de que eso podía ser un error.

Mi rostro cansado y encendido le alertó y se acercó a mí de inmediato.

―¡Dios mío, estás ardiendo!

Me acompañó rápidamente a la cocina y tras sentarme en una silla empezó a examinarme.

―¿Qué te ha pasado?

Tragué saliva.

―He estado haciendo turismo, ya sabes... y me desorienté un poco...

Vincenzo no pareció muy convencido por mi argumento, pero dejó las preguntas y miró atentamente la temperatura que marcaba el termómetro que me había colocado.

―¡Tienes fiebre! ¿Has cogido frío? ―sus manos recorrieron mis brazos para tratar de calentarme y me puse rígida.

―Creo que será mejor que vaya a dormir un poco, mañana hablamos, pero hoy necesito descansar...

Me miró extrañado.

―¿Te has tomado las pastillas? ―me preguntó.

―Sí ―mentí.

Frunció el ceño.

―¿Seguro? ―se dirigió hacia el mueble donde las guardaba y antes de que lo abriera le interrumpí.

―¿Puedes traerme una manta, por favor? La verdad es que tengo mucho frío.

―Oh, sí, perdona, enseguida vengo.

Aproveché su ausencia para coger el frasco de pastillas del armario y guardarlo con rapidez en el bolsillo, luego regresé a mi sitio.

―Aquí tienes ―me cubrió con la manta y estudió mis ojos.

―Pareces cansada.

―Creo que me he resfriado un poco ―sonreí con torpeza.

Asintió y fue hacia la encimera para llenar un vaso de agua. Abrió el armario y al no encontrar las pastillas, sonrió.

―Tómatelas antes de ir a la cama, te harán sentir mejor.

Saqué el frasco de mi bolsillo y lo abrí.

―¿Cómo te ha ido a ti? ¿Qué has hecho durante todo el día?

―He estado toda la mañana ocupado, he ido al gestor para entregarle unos documentos, luego he tenido videoconferencias con algunos compañeros de trabajo para explicarles el desarrollo de mi proyecto y para terminar, he ido a un par de agencias, pero lamento comunicarte que sigue sin haber plazas disponibles en los próximos vuelos a Sicilia; es bastante raro.

Bebí el agua que me había entregado y escondí las pastillas. Puede que me encontrara mal precisamente porque no me había acordado de tomarlas durante todo el día, pero no podía fiarme de nadie.

Me fui a la cama y logré ocultar mi malestar a Vincenzo. Estuve temblando varias horas hasta que finalmente el sueño me venció.

Cuando desperté estaba sola. Vincenzo había dejado una nota diciendo que iba a reunirse con su abogado e intentaría no llegar tarde. Aproveché la oportunidad para darme una ducha e ir al médico; lejos de encontrarme mejor, creí que el dolor de cabeza acabaría conmigo. Mi temperatura estaba muy alta y empecé a sentir el mismo temblor que el día anterior, pero esta vez también en las piernas.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora