52. Ti ho trovato! (¡Te encontré!)

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Nadie conocía aquel lugar como yo. Todos mis recuerdos se activaron después de salir del hospital y mi mente trazó mapas de los lugares en los que había pasado algunas etapas de mi infancia. Algunos permanecían intactos, otros estaban más deteriorados de como los recordaba. Mi padre era animal de costumbres; siempre se movía en las mismas zonas y tenía el respaldo de la misma gente que le ocultaba, le protegía y le advertía.

Mi madre solía decir que era un hombre de recursos, sabía exactamente cómo sacar partido de todas las situaciones y hacer que la gente le respetara aun siendo un ser despreciable. Por eso amigos no le faltaban; gente como él, dispuesta a ayudarle a escapar, a apoyarle en sus locuras y esconder las pruebas de sus delitos.

Por suerte, nadie en ese lugar sospechaba de mí; para esa gente no era más que una chica sola, una de tantas que deambulaba por sitios abandonados buscando algún refugio donde pasar la noche, poder consumir sustancias o vender mi cuerpo. No era un ambiente agradable y mucho menos seguro, pero estaba tan cegada por encontrar a mi padre, que todo lo demás dejó de tener importancia; por primera vez en mi vida el miedo no supuso un obstáculo y seguí adelante con mi propósito.

Recargué mis pulmones de oxígeno. Todo esto lo hacía por Marcello, porque sabía que si mi padre no estaba, tanto él como su familia estarían a salvo y tal vez entonces, lograría mantener a raya mis pesadillas. Toda esa situación me hizo obsesionarme hasta el punto de que, si quería volver a tener una vida, necesitaba borrar a ese indeseable de nuestros caminos para siempre; es más, no me importaba correr riesgos si con ello conseguía que mi padre nos dejara en paz.

Antes de emprender este disparatado viaje, pensé detenidamente en todo lo que podía ocurrirme en la búsqueda, pero entendí que tanto si conseguía detenerle como si perdía la vida en el intento, el resultado final sería el mismo: se acabarían los chantajes y las amenazas para siempre. Por eso precisamente valía la pena el esfuerzo de intentarlo.

Miré con cautela hacia el exterior. Estaba escondida en una vieja y destartalada choza en ruinas, el olor a orín era asfixiante y las agrietadas paredes enmohecidas amenazaban ruina, pero desde ese ángulo tenía una visión perfecta de la nave abandonada donde se atrincheraba mi padre. Por dentro era amplia y espaciosa, disponía de algunas salas convertidas en habitaciones; era lo más parecido a un hogar que había tenido en mi niñez. Todavía recuerdo cómo mi padre se reunía con todos esos hombres en un húmedo patio de luces y llegaba a acuerdos. Recuerdo también el lugar donde escondían los coches robados y los desguazaba para vender sus piezas; los trapicheos estaban a la orden del día, y en su afán por conseguir grandes cantidades de dinero en poco tiempo, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa.

Desde mi improvisado refugio distinguí algunas caras conocidas. Hombres que venían, le entregaban cajas con comida y otras cosas y desaparecían. Entre ellos también distinguí a uno de sus mejores amigos. Con él había colaborado en varios atracos, era quien le proporcionaba la información, quien le conectaba con sus sucios negocios y a quien respetaba y quería como a un hermano. Ni siquiera en todo el tiempo que había estado en la cárcel por los delitos de robo con intimidación, proxenetismo y reiterado maltrato hacia su mujer y su propia hija, había dicho nada que pudiera incriminar a su mejor amigo. Hasta donde sabía, él siguió manteniendo algunos de sus sucios negocios a flote y esperando el momento oportuno para ayudarle a escapar de la cárcel; estaba convencida de ello. Por desgracia no disponía de ninguna prueba que certificara esa teoría, como tampoco la tuve siendo niña para descubrir la identidad del brazo derecho de mi padre ante la policía.

Examiné con cautela el lugar, asegurándome de que solo quedaba su hombre de confianza y... No quité ojo a ese jugador desconocido, que al igual que yo, merodeaba por los alrededores de la nave buscando algo. Seguramente era espía de mi padre; él no se fiaba de nadie y a veces, cuando estaba inmerso en alguno de sus proyectos, contrataba a hombres que vigilaban el perímetro por si venía la policía u ocurría cualquier contratiempo que pudiera obstaculizar sus planes. Esta vez había encontrado a un hombre diferente para esa misión; vestía un chándal sucio y viejo, algo habitual en ese sitio, pero llevaba un día observándole y había visto que a veces utilizaba un iPhone para comunicarse; eso sí era inusual.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora