30. Cena per due (Cena para dos)

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Después de su episodio con Marcello, Gabi había decidido marcharse. Encontró un lugar donde instalarse provisionalmente y desde ese día no volvió a la residencia familiar de los Lucci.

Las reformas en la casa de Claudio seguían su curso, así que cuando este acabó de realizar todas las tareas que le había encomendado su padre, decidió pasarse por allí.

Cuando llegó, los operarios estaban sacando los muebles y protegiendo los suelos. Avanzó hacia la cocina y escuchó la acalorada conversación que Gabi mantenía por teléfono.

―Pues no, no me vale. Dije que quería que fuesen de color hueso, no blancas. Así que deben volver, recogerlas y traerme exactamente el color que he pedido. Y debe ser rápido porque tenemos una fecha de entrega.

Colgó el teléfono y se giró emitiendo un largo suspiro. No se dio cuenta de que en la misma habitación estaba Claudio hasta pasados unos minutos.

―¿Qué haces aquí? Está todo por el medio y podrías hacerte daño.

―Me da igual como esté la casa, he venido a verte.

Ella se pasó las manos por la cara, claramente no tenía ganas de verle ni de hablar con nadie.

―Estoy muy liada, Claudio.

―Ya lo sé. Pero necesito hablar contigo.

―¿Es sobre la reforma del dormitorio?

―No.

―Entonces tendrá que esperar, como ves este no es buen momento ―dijo señalando a su alrededor.

―Gabi... ―suspiró, cogió su mano y, omitiendo sus protestas, la acompañó hasta el jardín para estar un momento a solas―. Sé que no hemos empezado con buen pie y tal vez has visto una parte de mí que... ―presionó con los dedos el puente de su nariz―. No soy como crees y me gustaría poder demostrarte que aparte de las bromas, los juegos repletos de dobles intenciones y demás, también puedo mantener una conversación civilizada con una mujer. Me gustaría invitarte a cenar, una inocente cena sin juegos, sin malos entendidos... solo conociéndonos tú y yo. ¿Qué me dices?

―Pues que no. Gracias.

Él se quedó ojiplático y le llevó un tiempo reaccionar.

―¿De verdad no vas a darme una oportunidad? ―preguntó con incredulidad.

―¿Y para qué? Esto no saldrá bien, solo voy a ser una más en tu larga lista de amantes y lo cierto es que no me apetece.

―Pero ¿qué estás diciendo?

―Pues que sé cómo eres, Claudio. Yo soy... mejor dicho ―rectificó―, he sido como tú. Me gustaba pasarlo bien con los hombres, ir a fiestas sin compromisos ni ataduras. Estaba en una ciudad y al día siguiente en otra, durante muchos años mi prioridad eran los estudios, el diseño y todo lo que tiene que ver con mi profesión; no tenía tiempo de nada más. Cuando podía, salía y disfrutaba de todo cuanto tenía a mi alcance y eso me hacía feliz, hasta que me cansé de esa vida. No la critico, cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero he cerrado esa etapa y ahora mis gustos han cambiado; quiero más. Sé perfectamente qué perfil de hombre se ajusta a mis nuevas expectativas y tú no encajas.

Sorprendido por su sinceridad, parpadeó aturdido y respondió:

―No lo entiendo...

―Quiero lealtad y compromiso, sinceridad y amor. Quiero despertarme por la mañana con una persona con la que sienta que no únicamente tengo ganas de vivir la noche, también el día, ¿entiendes?

―¿Por qué piensas que yo no podría encajar ahí?

―Es evidente que tú buscas otras cosas. Y que estés aquí, frente a mí, pidiéndome una cita, solo indica que he sido una de las pocas, por no decir la única, mujer que te ha rechazado y eso ha dañado profundamente tu ego.

Rio con hastío.

―No, preciosa, mi ego está intacto. He leído todas tus señales, he visto tus reacciones y sentido tu deseo y sé perfectamente que te gusto tanto como tú a mí. Respeto que estés buscando otro tipo de hombre y que yo no entre en los cánones; es más, no niego que Marcello se ajusta más al perfil de hombre que te gusta; pero no te engañes, incluso él era exactamente igual que todos los demás antes de conocer a Ingrid, fue ella la que le hizo desear otro tipo de cosas...

―¿Y? ¿Qué pretendes decir con eso?

―Pues que tal vez yo también pueda cambiar y sentir más allá de un polvo. He venido a verte porque hace días que no pienso en otra cosa que no seas tú y todo lo que tiene que ver contigo. Pero no voy a rogarte, si quieres engañarte a ti misma y hacer ver que no deseas conocerme, allá tú. No insistiré más y te prometo que a partir de ahora procuraré que no nos crucemos. ―Claudio rio con amargura recordando un comentario de su hermano de tiempo atrás―. ¿Sabes? Fue precisamente Marcello quien me dijo que no dejara que mi orgullo me impidiera vivir algo diferente, y resulta que ahora esa misma frase podría decírtela a ti.

Gabi le miró con curiosidad.

―Muy apropiada ―aprobó mirándole a los ojos―. Los dos somos orgullosos.

―Pues tal vez deberíamos tragarnos ese orgullo y empezar a cambiar realmente nuestras vidas.

Gabi se pasó las manos por su cabello ondulado, recolocándoselo. No quería reconocer que ella también había pensado en Claudio más de una vez, hasta la fecha siempre se había fijado en hombres como él y así le habían ido las cosas. Ciertamente quería un cambio en todos los sentidos, empezando por seleccionar mejor a la gente con la que quería relacionarse. Volvió a mirar esos intimidantes ojos azules que no hacían más que contemplarla como si a su alrededor no hubiera nada más y pensó que quizás podía intentarlo; después de todo, tampoco le pedía tanto y si las cosas se torcían siempre podía irse.

―Está bien. Cenemos. Envíame la hora y el lugar.

Claudio sonrió satisfecho; tanto esfuerzo había valido la pena.

―Pasaré yo a recogerte.

―De eso nada. Nada de formalidades, quedaremos en un lugar y punto.

Él asintió pese a que la idea no le gustaba, pero había conseguido lo que quería: una oportunidad y no quería fastidiarla.

En cuanto se metió en el coche pensó en todo lo que se habían dicho. Gabi quería una relación, una relación de verdad, con el compromiso que eso implicaba. Y ella no era como las otras mujeres con las que había estado, nunca aceptaría una infidelidad. ¿Realmente era eso lo que quería? ¿Podría dejar atrás su antigua vida, sus vicios, sus debilidades y embarcarse en algo grande con una única persona? En ese momento no estaba seguro de nada, ni siquiera de lo profundos que eran sus sentimientos, pero que estuviera haciéndose preguntas y planteándose otras posibilidades ya era un progreso.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora