21. Ossessione (Obsesión)

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Claudio estaba bloqueado. Su familia estaba viviendo una situación difícil y, aun así, él era incapaz de apartar sus ojos de Gabi. Cada vez que llegaba a casa deseaba encontrarla ahí, trabajando o hablando con su madre. Esperaba su oportunidad para robarle momentos y tratar de seducirla; aunque se lo pusiera difícil, acabaría cediendo porque ella también quería hacerlo.

Se masajeó las sienes con la mano y se metió en el coche dando la dirección a la que debía ir a sus guardaespaldas.

«Gabi, Gabi, Gabi... ¿Por qué tanto empeño en ignorarme? Hasta la fecha ninguna mujer se me ha resistido y ella no hace más que rechazarme o ridiculizarme a la menor oportunidad. Por su culpa ya no puedo pensar en otras, ella se ha instalado perpetuamente en algún lugar de mi mente y ya no puedo seguir avanzando sin más».

El coche se detuvo frente a un semáforo y entonces la encontró. Llevaba una enorme caja en la mano y paró un momento frente a un bar para cogerla mejor, enseguida un hombre salió a ayudarla, parecía conocerla porque tras arrebatarle la caja de sus manos le dijo algo al oído que la hizo reír a carcajadas. Le extrañó ver esa complicidad. Había estudiado sus movimientos y su vida social se limitaba a ir de casa al trabajo. Era evidente que algo se le había escapado.

Movido por la curiosidad, dio órdenes de estacionar y se dirigió hacia ese bar para hablar con ella.

Como sucedía habitualmente, hizo la señal que indicaba que todo estaba en orden y se sentó en una mesa, mirando hacia Gabi, que estaba en la barra conversando con ese extraño.

Para no levantar sospechas se pidió un capuchino y continuó observándola. Pronto dos hombres más se sumaron a la conversación, chocaron sus manos y luego el primero posó su brazo sobre los hombros de Gabi con familiaridad.

Claudio empezaba a ponerse nervioso; verla tan relajada, exhibiendo esa bonita sonrisa, era algo a lo que no estaba acostumbrado. Con él nunca se permitía el lujo de dejarse llevar de ese modo, con esa naturalidad. Le dolía ver cómo trataba a otros hombres, incluido su propio hermano, y era incapaz de comprender por qué él no merecía ni un ápice de su atención. Pensar eso hizo que quisiera marcharse, desaparecer de ahí, pero había algo que se lo impedía y solo deseaba acercársele, cogerla entre sus brazos y besarla para dejar claro a esos hombres que Gabi le interesaba y no tenían nada que hacer.

¿Qué le estaba ocurriendo con aquella mujer?

Gabi hizo un gesto con la mano para que sus amigos se sentaran en una mesa mientras ella pedía unas cervezas. No pudo ocultar una reacción de rechazo tras ese gesto, debería ser uno de ellos quien pagara esa ronda y le sirviera la cerveza en la mesa a Gabi y no al revés.

Aprovechó el momento en el que se quedaba sola en la barra para acercarse a ella. En cuanto Gabi lo vio, torció el gesto y, mirándolo con chulería, murmuró:

―Que desagradable coincidencia.

Claudio frunció los labios dolido tras ese comentario y, sin perder detalle de ella, contestó:

―¿Ya estamos otra vez con tu jueguecito de mujer difícil?

Ella levantó las cejas divertida, miró a sus compañeros que no se habían percatado de nada y volvió a sumergirse en la profunda mirada azul de Claudio.

―¿No crees que están buenísimos? ―dijo únicamente para provocarle.

Él, sin apartar los ojos de ella, respondió:

―No tanto como yo.

Gabi soltó una carcajada que no tardó en contagiar a Claudio.

―¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un presuntuoso?

Él se encogió de hombros con indiferencia.

―No me preocupa lo que piensen los demás. Sé muy bien lo que soy y lo que no soy.

Claudio clavó su azulada mirada en los pechos de ella y se le escapó un suspiro al ver que los pezones se le marcaban bajo la camiseta, como dándole la bienvenida.

Gabi sonrió, algo molesta al ser consciente de lo que miraba él con descaro. Al verlo, sus pezones se habían sublevado, y ante aquello nada podía hacer salvo jugar sus cartas. Cogió una de las botellas de cerveza que el camarero había dejado delante de ella, se la acercó a la boca y al ver cómo Claudio le miraba los labios y los pechos, murmuró:

―Ya te gustaría a ti que mis labios te rozaran así, ¿verdad?

Sorprendido, él preguntó:

―¿Cómo?

Ella dio un trago a la cerveza y, una vez acabó, paseó sus labios por el extremo húmedo de la botella con sensualidad y, tras chuparlo con descaro, sonrió. Claudio parpadeó acalorado. Aquella chulería, sus marcados pezones y lo que acababa de hacer con esa botella, le había puesto como una moto e, intentando tomar las riendas del juego, se acercó a ella e hizo lo que llevaba rato deseando, posó la mano en su cintura y de un movimiento contundente la atrajo súbitamente junto a él y acercó su boca a la suya...

Gabi, al descifrar sus intenciones se echó a reír y se apartó de él con delicadeza.

―Te dije que no habría más besos, nene.

Y sin decir nada más, cogió las cervezas de la barra y se dirigió hacia la mesa donde estaban sus amigos.

Claudio no se quedó a observar. Estaba dolido; más que eso, enfadado. Era obvio que entre los dos existía una fuerte atracción, lo había notado en otras ocasiones; pero por alguna razón ella no daba su brazo a torcer. Lo ponía al límite con sus insinuaciones y luego se retiraba de la partida sin más. Con una sensación de vacío indescriptible, pagó el café que no había llegado a probar y salió del local.

―¿Veis esa mesa que está junto a la ventana? ―preguntó a sus guardaespaldas―. Haced fotos, lo que haga falta, pero antes de que acabe el día quiero la identidad de esos tipos.

―De acuerdo, señor.

Se metió en el coche y cerró la puerta de un portazo.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora