29. La proposta (la oferta)

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―Menos mal que has podido llegar pronto ―Antonello me ayudó a desprenderme de la chaqueta en la entrada―. Vincenzo hace un rato que ha llegado y ya no sabíamos cómo entretenerle.

―No te preocupes, ya estoy aquí.

Subí con rapidez al despacho de mi padre y entré con premura en la habitación, Vincenzo y sus hombres dirigieron la mirada hacia mí.

―Siento el retraso, estaba atendiendo un imprevisto.

―No pasa nada, hijo. Le decía al señor Romano que habíamos estado considerando su oferta y habíamos tomado una decisión, pero creo que eres tú quien debe exponerle nuestras conclusiones.

―En efecto ―asentí mirando a mi padre―, hemos estado contemplando todas las opciones y sabes que es una situación delicada, indirectamente implica la vida de una persona, una persona que, como bien sabes, es importante para nuestra familia, así que imaginarás que las decisiones a tomar no han sido fáciles.

―No pretendo utilizar a Bianca, solo quiero recuperar lo que es mío, pagar mis tierras a un precio justo y prometer que en mis manos ella estará a salvo.

―Es muy considerado por tu parte ―dije con condescendencia―, y más teniendo en cuenta que si no aceptamos me amenazarás con hacerle daño, sin duda eso dice mucho de ti.

―Como te dije no pretendo hacerle daño, ahora Bianca lleva una vida lejos de su pasado, de personas que han querido utilizarla, ahora tiene todo lo que quiere y es feliz, así que no es mi intención alterar eso. Pero todos tenemos un precio, ¿verdad? Mi padre lo tenía cuando decidió venderos esos terrenos y vosotros también lo tenéis ahora, no me culpéis por saber jugar también mis propias cartas.

Encajé fuertemente la mandíbula, no quería decir nada de lo que luego pudiera arrepentirme, pero ese idiota no me lo estaba poniendo demasiado fácil. ¿Quién se creía que era para tratar de jugar conmigo, para chantajear a mi familia?

―Vincenzo ―procedió mi padre con templanza―, compramos esas tierras a tu padre por un precio razonable, no intentamos timarle de ningún modo. No sé exactamente el recuerdo que tienes de ellas, pero con nuestro esfuerzo y dinero se han revalorizado, hemos cultivado en ellas y las hemos hecho rentables, pero en su momento pagamos por ellas lo que valían.

―Esa es vuestra opinión, claro está...

Puse los ojos en blanco.

―No vamos a solucionar nada hablando del pasado, solo quería decirte que hemos decidido sucumbir  a tu chantaje y vamos a ceder esas tierras.

―¿Ceder? ―preguntó impresionado.

―Sí. ―Uno de mis hombres me tendió la carpeta con las escrituras―. Cedo esas tierras a Ingrid Montero Villa. Es la única persona que va a quedarse con ellas y pasarán a ser exclusivamente de su propiedad.

―¡¿Cómo dices?!

―Ya me has oído bien. ¿Creías que te las iba a dar a ti? ¡¿Por quién me tomas?! Tu palabra no vale absolutamente nada. Si quieres esas tierras, haz que ella firme esos papeles y serán tuyas siempre que sigas a su lado. Si vuestra relación se rompe o sufre algún daño, tú no volverás a verlas.

―No puedes hacer eso... Además, te recuerdo que Ingrid ya no existe.

―Pues te sugiero que la busques, puesto que es la única alternativa que tienes.

Vincenzo se levantó con el rostro encendido, apretando los puños.

―No quiero que nos regales nada, quiero pagar por ellas y olvidar para siempre este asunto.

―No os regalo nada, Vincenzo, solo se lo regalo a ella ―maticé―. ¿De qué tienes miedo? Si vas a hacerla feliz, a casarte con ella y formar una familia, pues... ella aportará su parte al matrimonio.

―Sabes que se llama Bianca y no Ingrid.

Achiné los ojos, retándole.

―Sabes que ese nombre es falso.

Negó con la cabeza, decepcionado.

―Ese no era el trato.

―No ―reconocí con indiferencia―, pero debes admitir que este es mejor. Yo busco mis garantías, como ya te he dicho tu palabra no vale nada aquí, así me aseguraré de que tratas a Ingrid como se merece, porque ella tiene algo que tú quieres.

Vincenzo miró a sus hombres y se giró hacia mi padre.

―Esto no quedará así.

―Lo sé, espero tu próximo movimiento; eso sí, revisa bien tus opciones; un paso en falso y puedes perderlo todo.

―¿Me estáis amenazando? ―preguntó dirigiéndose exclusivamente a mí.

―Vincenzo, si realmente te estuviera amenazando no te haría falta preguntarlo.

En cuanto nos quedamos a solas suspiré con fuerza. Antonello me dio una palmadita en la espalda y mi padre se dirigió a mí:

―Ha sido un movimiento inteligente, hijo; él tendrá que ingeniárselas para poder disfrutar de esas tierras y para ello tendrá que sincerarse con Ingrid.

―O engañarla todavía más.

―En cualquier caso, aseguras su bienestar.

Asentí, esperando haber tomado la decisión correcta. Por lo poco que conocía a Vincenzo sabía que no sería la oferta definitiva, pero al menos me daría tiempo; tiempo que aprovecharía para robar momentos a Ingrid.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora