46. La verità (La verdad)

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Siempre he pensado que los secretos son el mayor enemigo de la intimidad. Cuando guardas secretos no te estás protegiendo a ti, estás destruyendo poco a poco tu relación.

Los silencios entre nosotros se hacían más evidentes a medida que transcurrían los días. Ambos nos esforzábamos por no hablar, no revelar demasiado, no desvelar aquello que con tanto ahínco tratábamos de ocultar... esa magia, que desde que nos conocimos parecía acompañarnos, se desvanecía sin remedio y yo era incapaz de hacer algo para evitarlo.

No tardé en descubrir que los secretos como las desgracias nunca vienen solos, se van acumulando hasta que se apoderan de todo, hasta que no queda lugar para nada más. El problema con los secretos es que incluso cuando crees tenerlo todo controlado, nunca lo está por completo.

Desde el umbral de la puerta miré como Ingrid dormía sobre la cama enroscada entre las sábanas. Había sido una noche difícil, las pesadillas la habían despertado con frecuencia hasta que finalmente el sueño la venció. No podía dejar de mirarla, de preguntarme qué estaba pasando por su cabeza desde hacía tanto tiempo y por qué no quería compartirlo conmigo.

Suspiré y, tras no hallar respuesta a esas preguntas, la dejé descansar.

Esa mañana llamé a la sirvienta para que viniera a casa un poco antes y así tenerla vigilada. No quería dejarla sola, pero en esa ocasión tenía cosas importantes que hacer.

Cuando salí de casa, me reuní con Patrizio y mis hombres de confianza para ir al único lugar que podía aclararme las ideas. Hasta la fecha me había estado resistiendo a verle, pero al fin había llegado el momento.

En la prisión de Poggioreale se encontraba Vincenzo, cumpliendo condena por los delitos que había cometido. Aunque su encarcelación fue rápida gracias a la intervención de mi familia, su destino continuaba estando en nuestras manos.

Entré en la sala privada de visitas con mis acompañantes y esperé a que los guardias trajeran a Vincenzo esposado; había llegado el momento de vernos cara a cara y aclarar ciertos puntos que habían quedado en el aire tras la hospitalización de Ingrid.

―Después de tanto tiempo, por fin aparecéis... ―Nos tuteó a modo de desafío, pero a mí eso no me importaba lo más mínimo.

Le miré con detenimiento mientras se acercaba con paso vacilante a nuestra mesa. Estaba muy desmejorado y en su rostro se apreciaban las señales de las palizas recibidas. Encajé fuertemente la mandíbula y esperé a que se sentara delante de mí. Estar tan cerca de él hizo que se me removieran las entrañas, verlo me despertaba multitud sentimientos y ninguno de ellos era el perdón.

―Veo que aquí te tratan bien ―procedí con sarcasmo.

Sonrió con aspereza.

―No hay peor cárcel en toda Nápoles, y lo sabes. Supongo que por eso has insistido para que me metieran aquí, ni siquiera mis abogados pudieron llegar a un acuerdo.

Me mordí la lengua para no decir lo que realmente pensaba y traté de calmarme: había venido por un único motivo y no podía desviarme de mi objetivo.

―Estamos a tiempo de mejorar eso, ¿no crees?

Él alzó las cejas, sorprendido.

―¿Quieres negociar conmigo? ―rio de lo absurdo―. ¿Has venido a arrebatarme lo poco que me queda? ¿Mi casa en Sicilia, tal vez?

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora