53. A cuore aperto (A corazón abierto)

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Me enjugué las lágrimas y seguí cada uno de sus movimientos por la habitación. Revisó todos los rincones y el baño, y solo cuando se aseguró que en la estancia no había nadie más, se sentó en la cama con cierta dificultad.

―Ingrid... ―Me dedicó una frágil sonrisa y abrió los brazos; no pude resistirme a sentarme junto a él y darle un abrazo procurando no rozar su herida.

―Lo siento mucho Marcello. He pasado más miedo que en toda mi vida. Por un momento creí que te perdería, que...

―A mí me ha pasado lo mismo. Cuando he visto que ese hombre estaba encima de ti... ―Suspiró―. ¿Por qué no me dijiste lo que te proponías hacer? ¿Por qué no pudiste confiar en mí? Podríamos haber hecho esto juntos, haber colaborado, haber hecho las cosas de otra manera...

―No quería que te arriesgaras demasiado. No tenía garantías de que pudiera salir bien y lo último que quería era que tú te involucraras de algún modo.

Suspiró en mi oreja y sentí su abrazo más fuerte a mi alrededor. Todavía no había podido dejar de llorar; lloraba por todo lo que me había pasado desde que tengo uso de razón, por lo que había dejado atrás, por cada paso errático que había dado a lo largo de mi vida y por todo lo que había podido perder esa misma tarde... Era incapaz de detener el cúmulo de sensaciones y sentimientos que se cocían en mi interior al mismo tiempo.

―¿Te das cuenta de lo que podría haber pasado si hubiera llegado cinco minutos más tarde?

Se separó momentáneamente de mí y vi que sus ojos también estaban brillantes. Alzó su mano para repasar mi mejilla golpeada y bajó hasta el labio hinchado.

―Todavía están sus manos alrededor de tu cuello ―susurró y pestañeó liberando las lágrimas que nublaban su mirada.

―No me duele. ―Volví a abrazarle; no podía estar un segundo separada de él; todo lo demás podía esperar, todo menos demostrar lo agradecida que estaba con el mundo por haberle regalado esta segunda oportunidad.

―Supongo que el juego del despiste, los secretos y las mentiras han podido con nosotros esta vez...

Fruncí el ceño y nos separamos para mirarnos a los ojos.

―No quise contártelo porque sabía que no me dejarías participar, harías las cosas a tu manera, como haces siempre, pero tú no sabes cómo se las gasta mi padre. Los hombres que están a su disposición, los pasadizos ocultos por los que se escapa, lo hábil y vengativo que puede llegar a ser... Le he visto hacer cosas espantosas toda mi vida y ahora las recuerdo con total claridad.

Marcello sonrió con amargura.

―Crees más en sus posibilidades que en las nuestras. Siempre nos has subestimado.

―No se trata de eso, es que... yo no quería que... ―bufé―, esto es algo distinto. Es algo que únicamente me concierte a mí y...

―Nunca has entendido que tus asuntos son míos también y lo que te angustia a ti ―colocó con suavidad un mechón de cabello detrás de mi oreja―, me angustia a mí.

Desvié la mirada y tragué saliva. Esta conversación me estaba haciendo sentir incómoda.

―Pero entiendo por qué lo has hecho ―continuó, obligándome a mirarle de nuevo―. Supongo que en nuestro afán de proteger al otro nos hemos olvidado de que lo más importante es decirnos la verdad y confiar el uno en el otro.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora