31. Sogni d'oro (Dulces sueños)

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Vincenzo me abrazaba desde atrás en la cama. Nunca se lo dije, pero no me gustaba que hiciera eso. Me hacía sentir oprimida y provocaba que algunos días despertara con un ataque de ansiedad. Él lo achacaba a las pesadillas y me ofrecía infusiones de hierbas para tranquilizarme; pero no eran pesadillas, era su presencia. Tenía que esforzarme en recordar que estábamos juntos, que nos queríamos y que lo único que hacía era ofrecerme su ayuda, pero instintivamente mi cuerpo seguía rechazándolo. Hasta ese momento nunca me detuve a pensar por qué se producía eso; al igual que todo lo demás, lo achacaba al trauma del accidente, pero no era solo eso; una parte de mí no acababa de congeniar con él. Tal vez algún pequeño gesto, comentarios desafortunados o sus impredecibles reacciones eran la causa directa de que no pudiera bajar la guardia estando con él. Sabía que lo estaba dando todo por mí, me había ayudado como nadie, me quería y jamás había tenido una mala palabra hacia mí; todo era comprensión y cariño, pero... por alguna razón no podía relajarme por completo en su presencia.

Moví su mano con cuidado de no despertarle y salí de la cama. Hasta ahora me había sentido así con todas las personas que había conocido, todas y cada una de ellas estaban al otro lado de un muro que yo había alzado; tal vez Vincenzo estaba más cerca de mí que el resto, pero al igual que los demás no había llegado a traspasarlo. Hasta que conocí a Marcello. No sabría explicar por qué, pero con él me sentía viva, más cerca de la mujer que quería ser. Cogí el teléfono que me había entregado y probé con varios números al azar, pero no conseguí desbloquearlo. Cerré los ojos y me concentré en los números, cuatro dígitos que acudieran sin más a mi mente y entonces lo vi: 0703. Puse esa combinación y mi sorpresa fue mayúscula cuando, por arte de magia, el teléfono se desbloqueó.

No sabía qué significaba ese número, si se trataba de una hora o una fecha importante, pero no quise detenerme a pensar en ese momento, empecé a examinar el teléfono con mucho cuidado, buscando algo que me resultara familiar de esa mujer. Su lista de teléfono era muy corta y solo había dos fotografías: la cristalera de una cafetería y una vieja casa abandonada. Amplié los detalles para estudiar mejor la fachada de la casa tratando de ver alguna pista del lugar.

Leí también parte de los mensajes de Ingrid, todos eran para Marcello, muestras de cariño, mensajes de buenos días y poco más. Suspiré y guardé el teléfono en el cajón del baño, bajo las toallas.

―Cariño, ¿estás bien?

Me sobresalté al encontrar a Vincenzo frente a la puerta.

―Sí, solo necesitaba despejarme un poco, he tenido una pesadilla.

―¡Vaya! Hacía tiempo que no te ocurría.

Negué con la cabeza, restándole importancia.

―Casi no ha sido nada, pero me he desvelado.

Sonrió y me cogió de la mano. Su caricia me congeló.

―Te prepararé una infusión, ven conmigo.

Dejé que me llevara a la cocina y me senté frente a la mesa.

―Mañana será un día largo; regresamos a Sicilia, tengo ganas de estar en casa.

―Yo también ―dije sin pensar.

Vincenzo se sentó a mi lado y colocó la infusión frente a mí.

―Toma, tus pastillas.

Las cogí y antes de llevármelas a la boca le miré.

―¿Para qué son exactamente?

―Te las recetó el médico para las secuelas y el dolor.

Fruncí el ceño.

―No siento dolor...

Vincenzo sonrió afablemente.

―Eso es porque las tomas, cielo.

Me encogí de hombros y me las llevé a la boca sin pensar. Después de un rato sentí como estaba mucho más relajada, tanto que en poco tiempo volví a quedarme dormida.


IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora