6. Ricordi (Recuerdos)

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Me levanté con pereza y me miré en el espejo. Las noches eran el momento más difícil del día, era cuando empezaba a pensar y los recuerdos se hacían más vívidos. Tuve tiempo de analizar mi vida hasta ese momento y constatar que no había sido más que un necio. Mis inicios con Ingrid fueron extraños, jamás imaginé que llegaría a atraparme de ese modo una mujer así. Llegó a mi vida cargada de problemas, era incapaz de hacer caso a nada y a nadie, decía siempre lo que pensaba sin ningún filtro y conseguía ponerme al límite en un tiempo récord. Fue fácil quererla, supongo que el enigma que la rodeaba a ella y a toda su vida había sido un poderoso aliciente que me impulsaba a perseguirla, querer averiguar y buscar más. No fui consciente del momento en el que mis atenciones empezaron a significar algo más para mí, no era simple cortesía hacia una chica que no tenía nada y buscaba un lugar en el que encajar, era mucho más. Casi sin darme cuenta me enamoré de ella y empecé a obsesionarme con todo lo que la rodeaba. Sentí celos de cada cliente que le pedía un café en el bar, de cada mirada que le dedicaban... me dolía que pudiera pasar los días sin interesarse por mí cuando yo era incapaz de dejar que transcurriera una hora sin verla. Esa enorme fortaleza, sentido de la justicia, de la equidad... era francamente admirable, y entonces comprendí que necesitaba a esa mujer en mi vida.

Movería montañas por ella, dejaría de ser quien soy si ella me lo pidiera y la seguiría allá donde quisiera ir. Hace tiempo que decidí dejar mi vida en sus manos y creo que ella sabía hasta qué punto era importante para mí. Por qué me dejó entonces, sigue siendo una incógnita.


―No puedes arrebatar a la gente el negocio de su vida porque no pueda pagar el alquiler. Llevan años cumpliendo con los pagos.

―Esto no es asunto tuyo, Ingrid, han recibido un ultimátum, se les ha dado un plazo y no lo han cumplido.

―¡No pueden hacerlo porque necesitan más ayuda para volver a levantar su negocio!

―Mira, da igual; eres una mujer y no entiendes de estas cosas.

Su mirada llameante me encontró cuando intentaba escabullirme y me presionó para que le prestara atención.

―¿Qué pretendes decir con eso?

―No quiero discutir, Ingrid, solo digo que los negocios son cosa nuestra; tú deberías dedicarte a... no sé, ir de compras con mi hermana, por ejemplo.

―Y así es como se inició la Tercera Guerra Mundial... ―intervino Claudio con sarcasmo.

―Si piensas que voy a quedarme de brazos cruzados en este asunto e irme de compras, es que no me conoces... ―Ingrid estaba literalmente fuera de sí.

―Pues si tú piensas que vas a decirme lo que tengo que hacer, es que tampoco me conoces ―la desafié.

―Está bien, tú lo has querido, voy a tomar cartas en el asunto ―confirmó con indiferencia.

―¡Ni hablar! Vas a quedarte aquí y vas a hacerme caso; aunque sea lo último que haga en mi vida, juro que no vas a involucrarte en esto. No se hable más. Tú tienes un maldito lugar en esta casa y yo tengo otro, no lo olvides.

Alzó una ceja; signo inequívoco de peligro, y aunque no lo quise demostrar delante de mis hermanos, mi cuerpo entero empezó a temblar.

―Muy bien, Marcello, así se habla ―se mofó Claudio dándome una palmadita en la espalda.


IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora