49. Lezione di vita (lección de vida)

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―¡¿Cómo has podido hacer algo así!? ―Mi madre estaba fuera de sí, todavía resentida con mi padre por haberme dejado a solas con Fabrizio; según ella, nada de esto hubiese pasado si ella hubiera ido en su lugar.

―Cálmate, madre, no voy a cometer ningún delito ni nada por el estilo, una boda es un sacrificio pequeño...

―Una boda con una chica a la que no conoces, una chica que no amas... me parece que tú no estás bien, hijo. ¡Tanta lucha para acabar de esta manera! ¡Sin Ingrid! ¡Sin lo único que podía hacerte feliz! ―Se sentó abatida en el sofá, colocando su mano sobre la frente.

―Recapacita, Marcello ―pidió Claudio―, no tomes decisiones de las que puedas llegar a arrepentirte el resto de tu vida. Todavía puedes negarte, no has firmado nada, así que aprovecha este tiempo para pensar.

―No tengo tiempo, Claudio, ¿acaso nuestros hombres han descubierto dónde se esconde ese hombre? ¿Me han traído a Ingrid de vuelta? ¡No tienen nada! ¡Nada! Fabrizio puede ayudarme y, ¿sabes qué te digo? Que acepto su ayuda, acepto porque mi decisión no afecta a nadie más.

―En eso te equivocas ―continuó mi madre―, tu bienestar también es cosa nuestra.

―Marcello ―intervino mi padre, más sereno―, cuando te dije que antes de tomar una decisión pensaras en todos nosotros no me refería a esto. No debes hipotecar tu vida y sacrificar tus sueños por encontrar una salida rápida a los problemas. Encontraremos otra manera, pensaremos en algo que...

―Déjelo, padre. Le he dado mi palabra a Fabrizio y pienso cumplirla.

―¿Por qué eres tan cabezota? ―preguntó Paola―. Todos te estamos diciendo que estás a punto de cometer un error y no nos escuchas.

Tragué saliva; no podía quitarles la razón. Yo no quería hacerlo. Sabía que me arrepentiría; pero tenía que pensar en este asunto de una manera global. Salvar a Ingrid y deshacerme de ese hombre era mi prioridad absoluta, estaba dispuesto a pagar cualquier precio; lo supe desde el principio, y ese era el precio que me habían impuesto.

―Verás, Paola, sacrificarse no es sinónimo de sufrir. Es sinónimo de que perseveramos y apostamos por lo que en verdad queremos.

Mi madre descolgó la mandíbula.

―Las cosas no se hacen así. Esto es una locura y lo sabes. Estás a punto de tirar por la borda todo lo que tanto tiempo te ha llevado conseguir.

Cerré los ojos e inspiré profundamente tratando de no derrumbarme. No quería pensar en nada, porque si lo hacía acabaría hundiéndome en mi propio fango hasta desaparecer.

―Pongamos que aceptas el trato, apartas a Ingrid de ese monstruo para siempre y se cierra el círculo. ¿Qué harás con ella a continuación? ¿Lo has pensado? ―preguntó la parte más racional de Antonello.

Me froté las sienes con los dedos, mi cabeza estaba a punto de reventar.

―No lo he pensado ―dije sintiéndome tremendamente mal conmigo mismo―, pero creo que Ingrid ya no siente lo mismo por mí ―admití con los ojos brillantes―. Así que... tal vez sea bueno para los dos dejar de vernos...

―¡Lo que estás diciendo no tiene ningún sentido! ―gritó mi madre―. Hasta yo sé que esa chica te quiere, que no esté aquí y que no te haya dicho nada lo demuestra, ¿es que no lo ves?

―No puedo hacer otra cosa, madre; la quiero demasiado para dejar que le pase algo pudiendo evitarlo.

Bufó con desesperación y apartó su mirada de mí. Nada de lo que dijera iba a convencerla.

―¿Sabéis cuál es la diferencia entre la vida y la escuela? ―continué sin atreverme a alzar la vista del suelo y encontrarme con sus ojos inquisitivos―. Que en la escuela primero aprendes la lección y luego te ponen la prueba. Y en la vida te mandan la prueba y luego aprendes la lección. Ya no puedo más ―reconocí extendiendo los brazos―, llevo mucho tiempo luchando, poniendo de mi parte y os juro que ya no puedo dar más de mí. Me ha costado, pero finalmente he aprendido que por mucho que lo desee, a veces hay personas que no están destinadas a estar juntas. En contra de lo que explican los libros, el amor no lo puede todo y a veces renunciar a él es la mejor opción.

Me levanté de la silla dando la discusión por finalizada y caminé hacia mi cuarto. Al día siguiente volvería a reunirme con Fabrizio y necesitaba tener las ideas claras. Antes de meterme en la cama me prometí a mí mismo que nada ni nadie me haría flaquear. Estaba dispuesto a seguir adelante y asumir las consecuencias poniendo punto final a esta historia para siempre; porque la causa de Ingrid no se había convertido en mi vida, sino en mi condena.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora