18. Fidanzata (Prometida)

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―Puedes cogerme de la cintura, te aseguro que no voy a pensar que eres un pervertido ―Gabi llevó mis manos a su estrecha cintura, incitándome a que la rodeara mientras su cuerpo se pegaba literalmente al mío.

Me dejé llevar por primera vez en mucho tiempo, acaricié con suavidad sus caderas y llevé mis manos hacia el final de su espalda. Su olor, su cuerpo, el sonido suave de su respiración... Gabi era una mujer deseable, el tipo de mujer del que me hubiese enamorado tiempo atrás si no hubiera conocido a...

Cerré los ojos un instante intentando borrar ese recuerdo que insistía en atormentarme cada vez que bajaba mínimamente la guardia.

Siguiendo el ritmo de la balada Vivo Per Lei de Marco Silenzi y Melody, fui estrechando a Gabi entre mis brazos. Su calor me reconfortaba, me decía que no estaba solo y juro que justo en ese instante aparqué el dolor y me concentré en saborear ese momento olvidando todo lo demás.

La música me empujaba sin remedio a rendirme ante ella, a romper el sólido muro que había creado a mi alrededor y dejarme curar por otra mujer.

Mis manos recorrieron su espalda hasta detenerse en sus hombros, lo que propició que alzara el rostro para mirarme y de pronto me encontré con sus labios a escasos centímetros de los míos. Era una tentación a la que me estaba costando resistirme; una parte de mí decía que no estaba bien, besarla confundiría sus sentimientos y no quería que pensara que entre nosotros podría haber algo en un futuro; pero otra pedía a gritos volver a sentirme amado. Hacía tanto que no estaba con una mujer..., tres años era toda una eternidad para mí y, por primera vez en mucho tiempo, tuve el impulso de desatar ese deseo reprimido y revivir emociones olvidadas.

Tragué saliva mientras infiltraba las manos entre su cabello oscuro y acariciaba su nuca con sensualidad.

«Iba a hacerlo. La besaría. Estaba decidido».

Acerqué mi boca a la suya y sentí el cosquilleo de su aliento, cerré los ojos para concentrarme mejor en los detalles y...

La risa de una mujer cerca de mí, hizo que me detuviera en seco. Abrí los ojos y me aparté con rapidez de Gabi.

―Lo siento, yo... ―di un paso hacia atrás.

«¿Qué me había pasado? Esa voz, esa risa...»

Miré nervioso a mi alrededor y entonces la vi. Fui incapaz de reaccionar, mi espíritu huyó del cuerpo dejando atrás un inerte trozo de carne y huesos.

Ella paseaba de la mano de un hombre, sonriendo a la gente y hablando con su característico acento.

«Era imposible, estaba muerta y mi subconsciente estaba jugándome una mala pasada».

―Marcello, ¿estás bien?

Me costó despegar los ojos de ella para centrarme en Gabi. Me disculpé como pude por mi comportamiento y me acerqué sin vacilar a esa mujer del vestido gris. A medida que la distancia entre los dos era menor, mi corazón latía con más fuerza al constatar que no era una alucinación: Ingrid, mi Ingrid, había vuelto. Mis ojos se cristalizaron presos de la emoción y la alegría, y todo mi cuerpo pareció languidecer al volver a estar frente a ella.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora