28. Ultima carta (Última carta)

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Esperé toda la mañana a que Vincenzo saliera de casa. Ya había programado su regreso a Sicilia pero una vez más, las cosas no le saldrían como había planeado.

Cuando por fin salió de casa, vi mi oportunidad y no esperé más que un par de minutos para entrar en el portal. Subí a la tercera planta y llamé con decisión al timbre.

―¡Ya voy!

Enseguida abrió la puerta y me encontré con un rostro cansado y triste.

―¿Marcello? ―me miró sin entender a qué venía mi visita.

―Hola, Bianca, ¿puedo pasar? Tengo algo importante que contarte.

Dudó un instante, pero finalmente accedió con un asentimiento de cabeza. Respiré aliviado.

Era un apartamento modesto, carente de lujos. Mi familia llevaba el alquiler de algunos inmuebles de la zona y regalaron al padre de Vincenzo ese para que tuviera un lugar en el que alojarse cuando venía a Nápoles. Para entonces mis padres ya conocían su adicción a la bebida y otras sustancias, pero esperaban que al final consiguiera superar sus malos vicios.

Me senté en la silla y miré a Ingrid a los ojos. Estaba seguro de que algo le pasaba, esa expresión la conocía a la perfección.

―¿Qué quieres? ―preguntó sin tomar asiento.

Automáticamente recordé uno de nuestros primeros encuentros en el bar, en los que solo mi presencia la alteraba y eso me hizo sonreír.

―¿Me puedes dar un vaso de agua, por favor?

Espiró fuerte por la nariz y se dirigió a la cocina, cuando apareció de nuevo le dediqué una sonrisa.

―¿No te resulta familiar esta escena?

―¿Cómo dices? ―preguntó confusa.

Reí para mí.

―Vamos, puedes decírmelo, ¿qué te pasa? ―pregunté retirando una silla con el pie para que se sentara conmigo.

Ella lo hizo y colocó un codo sobre la mesa.

―Estoy algo cansada hoy. ¿Por qué has venido?

―Te lo diré, pero primero tienes que contarme qué te pasa. Conozco esa expresión en las mujeres, y ya que somos amigos...

―¿Amigos? ―rio sin ganas―. No estoy segura de que podamos considerarnos amigos...

―A mí me gusta pensar que sí ―respondí con seguridad.

Suspiró y ladeó el rostro, pensando.

―Ayer discutí con Vincenzo... no tuvo un buen día y yo quería remover asuntos del pasado... ―agachó la cabeza―, nos dijimos cosas. En lugar de arreglar los problemas prefirió pasar página y dejarlo para otro momento, pero ese momento no llega nunca y... ―se encogió de hombros―, así lleva tres años. Dándome largas de todo, esquivando asuntos importantes... Ayer no aguanté más y... ―Me miró con timidez y negó con la cabeza―. Da igual, no tiene importancia.

―Puedes contármelo ―insistí, poniendo una mano sobre la suya. En ese momento me atravesó una descarga de corriente eléctrica, sentí ese calor recorrer todo mi cuerpo y me pregunté si ella también lo había sentido.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora