41. Mela marcia (Manzana podrida)

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Pasaron varias semanas casi sin darse cuenta, pero en todo ese tiempo las cosas no parecieron mejorar. Marcello no quería dejar sola a Ingrid, su pasividad le alteraba; además, tenía muy presentes las palabras de Patrizio. Otra parte de él echaba mucho de menos a su novia tal y como la recordaba, se hacía doloroso verla cada día y no poder abrazarla, besarla o acostarse junto a ella en la cama.

Marcello tuvo que aprender a concederle su espacio, respetar las distancias, convivir con su silencio y no preguntarle demasiado para no agobiarla. Pero él no estaba a gusto con la nueva situación que se había creado entre ellos; su distanciamiento era tal, que tenía la sensación de que convivía con una extraña.

Las pocas veces que trató de hablar con ella, quiso hacerla olvidar y sacarla de la oscuridad en la que se había sumido de manera abrupta desde que salió del hospital, pero nada surtía efecto; ni las historias mitológicas que siempre la habían entretenido, ni las propuestas de ir a sitios distintos y hacer otras cosas, nada despertaba en ella el mínimo interés.

A veces Marcello la miraba y dudaba que siguiera estando viva, parecía un fantasma deambulando de aquí para allá sin ningún objetivo, y todo eso era demasiado difícil de soportar; tenía la sensación que de seguir así demasiado tiempo acabaría volviéndose loco.

...

En cuanto abrí los ojos fui consciente de que esto nunca terminaría; como mi madre en su día, al fin lo había comprendido. Había llegado el momento de tomar decisiones y acabar con todo de una vez, no podía seguir adelante sabiendo que en cualquier momento el destino volvería a juntarnos y en esa ocasión, a diferencia de las otras, tenía mucho más que perder.

En las últimas semanas había estado enfrentándome a mi pasado, rescatando recuerdos enterrados y analizando todos los datos de los que disponía para tomar el control de la situación y acabar con todos los tormentos de un plumazo. Claro que no era tan sencillo; si iba a enfrentarme a él y aceptar el riesgo que eso suponía, debía tener al menos las ideas claras en mi cabeza.

Por desgracia no podía pensar en nada más. Estaba saturada de información, las pesadillas se hicieron realmente insoportables los días posteriores a mi ingreso en el hospital y lo único que podía hacer era ordenar esos recuerdos cronológicamente; de hecho, eso se había convertido en lo más importante para mí.

Marcello me observaba, no me quitaba ojo temiendo que pudiera hacer algo realmente estúpido. A veces me centraba en él y percibía su propio sufrimiento e incomodidad, pero no podía darle nada de mí; me sentía bloqueada por todo lo que había pasado, cosas que él jamás podría llegar a entender y tampoco quería involucrarlo en mis asuntos. Ya no era la misma que él conocía y dudaba que alguna vez pudiera volver a serlo, estaba rota por dentro y esta vez era incapaz de recomponer todos los pedazos.

Le oía hablar de lejos, preocuparse por mí e incluso intentaba distraerme, pero lo cierto es que no quería alimentar la llama de la esperanza en él porque sabía que jamás podría volver a corresponderle en la medida que él quería. Había recuperado mi identidad y eso no me había hecho especialmente feliz. Saber quién era solo me sirvió para darme cuenta de que no podía seguir huyendo de lo que me daba miedo. Debía terminar con todo, aunque eso implicara desaparecer. Por primera vez sabía qué pasos debía dar, tenía una nueva oportunidad de hacer lo correcto e iba a aprovecharla; fuera cuales fueran las consecuencias no me rendiría.

Marcello y Patrizio estaban hablando en el jardín mientras yo estaba junto a la mesa de la cocina, observando en silencio como la asistenta colocaba los platos del lavavajillas en la alacena.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora