45. Innamorati (Amantes)

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Claudio permanecía tendido sobre la cama, cubriendo sus ojos con el pliegue del codo para no mirar lo que Gabi se disponía a hacer.

―No te muevas, ahora voy a ponerte un poco de crema y luego volveré a cubrirlo ―le miró al sentir que se estremecía―. ¿Seguro que estás bien?

―Sí, perfectamente.

Gabi sonrió.

―No te vayas a desmayar otra vez ―bromeó.

―Lo intentaré ―continuó él omitiendo su burla.

― ¿Por qué te has hecho un tatuaje con lo mal que lo pasas con estas cosas?

―¿En serio necesitas preguntarlo?

Ella volvió a reír.

―Me gusta ―reconoció mirándolo desde más cerca―, pero para dejarlo todavía más claro deberías incluir mis apellidos.

Claudio retiró el brazo de sus ojos.

―Pues no pienso hacerme uno más en la vida, al menos he tenido el detalle de escribir tu nombre completo. Por si no lo sabes tienes un nombre demasiado largo.

Rio y se incorporó con cuidado sobre él.

―Es broma, así está perfecto ―dijo acariciándole la mejilla con mimo.

Se miraron a los ojos durante un rato, era la primera vez que se sentían tan relajados y eso se apreciaba en el ambiente. Con cuidado, Gabi se inclinó un poco más para darle un beso y ese gesto no tardó en excitar a Claudio que, correspondiendo a su inesperada muestra de afecto, la estrechó con fuerza entre sus brazos y no dejó de besarla hasta colocar su espalda sobre el colchón.

Ella sonrió al ver que volvían a enzarzarse en una guerra por tomar el control de la situación y, negándose a ceder a sus caprichos, trató de levantarse.

―Esta vez no, nena, no te voy a dejar.

Su boca se posó sobre la suya impidiéndole hablar. Los besos se volvieron cada vez más profundos, más intensos y sus manos empezaron a actuar por su cuenta.

Claudio desnudó a Gabriela sin prisa, sin dejar de besarla, de acariciar cada porción de piel que quedaba al descubierto, y así continuó hasta tenerla justo donde quería.

―¿Qué vas a hacer? ―preguntó alzando las caderas para ayudarle a desprenderse de la ropa interior.

Él sonrió de medio lado y, sin responder a su pregunta, volvió a cubrir su cuerpo de besos mientras se acercaba, cada vez más, a su centro de placer.

Cuando ella sintió la ardiente boca de Claudio sobre su vagina se estremeció, pero se dejó hacer. Sintió cómo mordía suavemente sus labios y llegaba al clítoris, que lamió siguiendo un ritmo perfecto, incluso le dio ligeros golpecitos con la lengua que a ella le hicieron gemir de placer.

―Me encanta escucharte ―susurró sobre su clítoris.

―Genial..., pero sigue, no pares.

Él sonrió y siguió entregándose a su disfrute. Tras arrancarle varios escandalosos gemidos y ver cómo ella se retorcía de gozo sobre la cama, rozó su pubis con la punta de la nariz y susurró:

―Hueles a fresas y frambuesa, confieso que tu olor me vuelve loco...

―Perfecto ―afirmó enloquecida―. Pues sigue haciéndome esas cosas con la lengua...

Él volvió a reír de su impaciencia y sin separarse lo más mínimo de ella, dijo:

―Estás hecha una mandona.

―Eso no es algo nuevo, ya lo sabías cuando me conociste. ―Con decisión, Gabi acarició la cabeza de Claudio con la mano y él decidió no demorarse más.

Su boca volvió a posarse donde ella exigía y Gabi se arqueó gustosa. Abierta de piernas para él, jadeó cuando sintió que le mordía la cara interna de los muslos y, tras unos sensuales besos, llegaba de nuevo hasta su clítoris.

―Sí... así... sigue... no pares...

Le dio varios toques con la punta de la lengua en el hinchado y húmedo clítoris y luego lo succionó. Ella gritó, agarrándose a las sábanas de la cama, mientras las piernas le temblaban y levantaba la pelvis al sentir un maravilloso orgasmo.

Claudio sonrió y, besándole de nuevo el monte de Venus, murmuró:

―Eres deliciosa, me encantas.

―A mí también me encanta cómo lo haces ―reconoció jadeante―, y si no vuelves a meter tu lengua donde la tenías, te vas a enterar.

Claudio soltó una fuerte carcajada e hizo lo que ella pedía. Le separó con los dedos los labios vaginales y volvió a jugar con su clítoris. Lo chupó. Lo lamió. Lo mordisqueó arrancándole incesantes jadeos, y solo cuando ella se estremeció y alcanzó un segundo orgasmo, se detuvo.

―Guauuu... ―Gabi se llevó una mano a la frente para retirar el pelo revuelto de su cara―, eres bueno...

Él se incorporó sobre ella y besando sus mejillas sonrosadas, añadió:

―Lo sé.

El cuerpo de ella se agitó por la risa.

―Creído.

―Para nada, nena, te dije que sabía hacer muchas cosas ―susurró sobre sus labios.

Ella sonrió y correspondiendo a su beso, fue moviéndose hábilmente hasta colocarse encima de él.

―Ahora te toca a ti, nene.

Sin perder tiempo Gabi se acachó lo suficiente, cogió su pene erecto y se lo metió en la boca. Lo chupó con mimo. A él la presión de sus manos en el escroto y de su boca en su pene le hizo jadear; sabía que no duraría mucho más, esa mujer le excitaba demasiado y después de haber estado tanto rato entre sus muslos, sentir el calor y la suavidad de su lengua le estaba produciendo espasmos.

―Si sigues, no voy a poder parar ―jadeó él.

―Pues no pares ―replicó ella, capturando de nuevo su duro miembro entre sus labios e iniciando un movimiento suave y contundente sobre este.

Claudio cerró con fuerza los puños y decidió seguir su consejo. Gabi, deseosa de él, colocó las manos bajo su duro trasero y siguió moviendo la boca encima de él. Abrió la boca todo lo que pudo para darle cabida al pene y lo obligó a introducirse una y otra vez en ella hasta que al final lo consiguió, él emitió un gruñido varonil acompañado de espasmos y apretó las caderas contra ella para dejarse ir.

Gabi sonrió retirándose con la mano restos de semen y se dirigió hacia el baño.

Él estuvo un rato en la cama, tratando de asimilar todo lo que había pasado. Gabi había hecho con él lo que había querido, prácticamente no pudo decidir nada y eso le había fascinado. Estaba completamente enganchando a esa mujer, no solo el sexo era fantástico, también lo era la manera que tenía de hacer las cosas, de decir siempre lo que pensaba, de luchar para conseguir sus objetivos. Nunca había conocido a alguien como ella, para él Gabriela era única y se prometió que no cesaría en su empeño de demostrárselo día a día.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora