Gabi sonrió desde la distancia a Marcello; estaba tan serio como de costumbre y, por alguna razón que no llegaba a comprender, eso despertaba en ella el deseo de querer borrar su ceño fruncido. Marcello la saludó con la cabeza, sonrió discretamente y dio un sorbo a su copa de vino, tratando de huir de la presión de su mirada. Ella se echó a reír y empezó a dar vueltas siguiendo el ritmo lento de la música, cuando daba la vuelta completa se perdía en la perfección de ese hombre misterioso que tenía un poder magnético que le atraía. Él cambió su expresión ante su insistencia, pasó de estar serio a aguantar la risa; seguramente pensaba que estaba loca.
La balada continuó y ella siguió dando vueltas, con cada una de ellas se acercaba más a su objetivo; tanto fue así, que en el último momento dio un traspié y a punto estuvo de caer encima de él.
―Ya he llegado ―anunció divertida.
Marcello negó con la cabeza; aún incrédulo por lo que acababa de presenciar.
―Es una forma curiosa de desplazarse ―dijo conteniendo la risa.
―Ha valido la pena si con eso he logrado sacarte una sonrisa.
Marcello siguió sonriendo, pero poco a poco su alegría se fue apagando; los recuerdos seguían siendo traicioneros.
―¡Vamos a bailar! ―le propuso Gabi sujetando su mano libre.
―No me apetece ―dijo separándose de ella―, de verdad, será mejor que no. Claudio en cambio baila muy bien ―señaló con la mirada a su hermano que los observaba desde la distancia.
Gabi emitió un largo suspiro.
―Tu hermano es insufrible; habla mucho y hace poco. Tú, en cambio, eres todo lo contrario.
―No seas tan dura con el pobre Claudio, está haciendo todo lo que puede...
Ella rio y volvió a sostener una de sus manos. Marcello no se sentía cómodo, pero no quería ser grosero, así que permitió que ella entrelazara sus dedos con los suyos y tirara de él para conducirlo a la pista de baile.
Monica los observaba complacida; su instinto no fallaba, esa mujer podría llegar a curar el corazón de su hijo, solo ella podría devolverlo a la vida si él aparcaba su cabezonería. Sonrió discretamente al sentirse satisfecha por primera vez en mucho tiempo; entonces, su sexto sentido le hizo mirar hacia atrás. Claudio no apartaba los ojos de su hermano, veía como la joven pareja bailaba en el centro de la pista y no hacía más que beber una copa tras otra mientras los celos le corroían.
Monica mordió su labio inferior y se dirigió a él sin dudarlo.
―Claudio, ni se te ocurra.
El joven miró a su madre sin entender.
―¿El qué? ¿Qué he hecho ahora?
―No me trates como si fuera tonta, sabes lo mucho que me molesta que me subestimes.
Claudio depositó su copa vacía en la bandeja de uno de los camareros y miró a su madre con intensidad.
―No sé a qué se refiere.
―Esa chica es para tu hermano, así que ni se te ocurra confundirla lo más mínimo, ¿entendido?
―No he hecho nada, madre.
―Aún no, pero lo harás, lo veo en tus ojos.
Claudio suspiró.
―¿Sabe, madre? Marcello, Marcello, Marcello... siempre es él, siempre hay que mirar por su bienestar: que no se preocupe, que no se ponga nervioso, que no se deprima... A veces me pregunto si Paola, Antonello o yo somos también sus hijos.
―¡No digas tonterías! Los cuatro sois míos y os quiero por igual, pero siempre voy a estar al lado de quien me necesite, levantaré al que se caiga y arroparé al que tenga frío. ¿Te ha quedado claro?
Claudio negó con la cabeza.
―Puede que esta vez se equivoque. Gabi no le interesa lo más mínimo.
―Pues yo no estoy tan segura, veo que con paciencia y perseverancia se podrá forjar algo bueno entre los dos.
―¿Por qué le ayuda, madre? Deje que él elija con quién quiere estar, no empuje a mujeres a sus brazos, es retorcido incluso para usted.
―Tú no lo entiendes. Marcello no es como vosotros, para él la mujer es un pilar importante, es una mitad de él. Ahora mismo es vulnerable, no ha perdido a una mujer cualquiera, ha perdido a la mujer de su vida; tal vez tú nunca sepas lo que es eso.
Rio sardónicamente.
―Muy bonito. Así que ahora soy un ser despreciable con las mujeres, alguien que es incapaz de enamorarse y sentir más allá de un polvo.
Monica enarcó una ceja.
―¿Y no es así? Desde que te conozco no te he visto con la misma mujer más de dos semanas seguidas. Te cansas de ellas y vas a por la siguiente, no lo niegues. A algunas las quieres tener un tiempo en tu vida, les haces promesas vacías y ellas esperan hasta que tú te encargas de romper sus esperanzas. Siempre es así y, créeme, no te culpo, cada uno de mis hijos tiene sus defectos y sus virtudes y para mí sois y siempre seréis perfectos.
―Por lo visto a mí ya me ha sentenciado, parece que no tengo derecho a ser más que un canalla, yo no puedo enamorarme de verdad de una persona. Ni siquiera me da la oportunidad de sentar la cabeza.
Monica miró a su hijo prestándole toda su atención.
―Marcello y tú siempre habéis competido para ver quién era el más rápido, quién llegaba más lejos o subía más alto. Sé que esa mujer te llama la atención porque no es a ti a quien mira, es a tu hermano. Por eso solo te pido que no te metas, él merece volver a ser feliz.
―¿Y yo, madre? ¿Yo no puedo ser feliz? ¿Ni siquiera se ha parado a pensar que puede que esta vez se equivoque?, ¿o está tan pendiente de su hijo Marcello que no ve que otro de sus hijos está cambiando?
Claudio se alejó de su madre para servirse otra copa; a veces odiaba que todo el mundo le juzgara, él no era inocente, había cometido errores y hecho estupideces, pero también merecía la oportunidad de cambiar y de que alguien creyera que ese cambio era posible.
Monica permaneció confundida largo rato; algo se le estaba escapando y odiaba esa sensación con todas sus fuerzas. Miró a Claudio y se dio cuenta de que esto no podía ir bien; si esa mujer realmente le gustaba, si esa mujer significaba, por primera vez en su vida, algo más para él, cometería alguna estupidez que le distanciaría de su hermano. Tal vez ambos se pelearían de verdad por ella y eso no podía permitirlo; sus hijos jamás debían enfrentarse.
Sus cavilaciones se detuvieron en el momento en que escuchó unos gritos que provenían del exterior. Miró repentinamente a Claudio y este dejó caer la copa contra el suelo mientras miraba perplejo un punto en el jardín.
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Ingrid
RomansaEl hijo de un prestigioso capo italiano ha perdido a la mujer de su vida de la noche a la mañana. Pese a las evidencias que indican una marcha voluntaria, él nunca deja de indagar, y en su búsqueda destapa oscuros secretos de la mujer que ama. *** I...