59. Epílogo

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En poco menos de un año, ya se habían celebrado tres bodas y mi madre no hacía más que llorar al ver que sus quehaceres como casamentera llegaban a su fin. Suerte que Nicoletta seguía soltera, aunque por lo que pude ver en la boda de mi hermana, no sería así por mucho tiempo.

Unos meses después de presentar oficialmente a Ingrid como mi esposa, Paola se casó con Flavio y como en su sueño, Ingrid, Gabriela y Nicoletta fueron sus damas de honor. Su boda fue mítica, entre otras cosas por los más de mil invitados.

Nicoletta nunca había asistido a un acto de tal envergadura y se sentía algo cohibida. Como era de esperar, hombres dispuestos a agasajarla no le faltaban y como si fuera una hermana más, mi madre siempre estaba detrás, vigilando de cerca cada uno de sus pasos.

Todavía manteníamos el contacto con Fabrizio; de hecho, Nicoletta seguía viviendo con él y lamentablemente sus problemas de salud habían empeorado hasta el punto que ya no podía levantarse de la cama. Por ese motivo ella solo venía a casa de vez en cuando, pero siempre la esperábamos con los brazos abiertos, porque la verdad es que no importaba de dónde venía, sino hacia dónde iba. Ella tenía muy claro lo que quería en la vida y no pensaba precipitarse. Lo cierto es que fue muy fácil aceptarla, desde el principio nos lo puso fácil a todos y en mi fuero interno sentía que seguía estando en deuda con ella.

Claudio y Gabi hacían una pareja peculiar; podían arder tanto las llamas del amor, como las del odio. Confieso que más de una vez se me escapó una sonora carcajada al ser testigo de alguna de sus riñas. Tal vez con el tiempo hallaran un equilibrio que les permitiera vivir en paz; de hecho, me recordaban mucho a Ingrid y a mí en el pasado. Ahora, para nosotros, todo era diferente. Solo nos hacía falta mirarnos a los ojos para saber lo que queríamos decir; la vida nos había hecho madurar, saber cuándo ceder y reconocer los propios errores. Las discusiones absurdas entre Ingrid y yo terminaron en el momento en que entendimos que, en ocasiones, es mejor callar, dejar que las cosas se enfríen y solo entonces volver a retomar el tema. Patrizio y su ya popular "mente fría", tuvieron mucho que ver en mi forma de ver el mundo a partir de entonces.

Pero no todo había cambiado, en el fondo seguía siendo el de siempre:

―¿Esa era otra de tus novias? ―preguntó Gabi a Claudio en un tono nada amistoso.

―¿Crees que he salido con todas las mujeres que se acercan para saludarme? ―dijo él de pasada, pero el color de sus mejillas le delató.

Ella arqueó las cejas y, cruzándose de brazos, añadió:

―No dejas de sorprenderme, Claudio, a cada sitio que vamos percibo algún gesto, guiño o insinuación de alguna mujer. Dime, ¿queda en el país alguna soltera entre veinte y cuarenta años con la que no te hayas acostado?

―¡Me ofendes! ¡Claro que todavía quedan mujeres con las que no me he acostado, no soy un semental!

Se me escapó la risa e intenté inútilmente enmascararla con un ataque de tos.

―Eres idiota ―le dijo ella dándose la vuelta.

―Joder... ¿en serio he dicho eso? ―me preguntó conmocionado.

Me encogí de hombros y traté por todos los medios de no reír, pero fui incapaz; acababa de delatarse él mismo.

―Gabi, espera... ―La sujetó del brazo―. No te enfades, puede que me haya acostado con algunas chicas en el pasado, pero ahora es diferente... solo me gustas tú.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora