Las aglomeraciones eran algo que me estresaban muchísimo y Vincenzo lo sabía, por eso habíamos retrasado la hora de ir al aeropuerto lo máximo que habíamos podido.
Esperé sentada en un banco de metal mientras Vincenzo realizaba el check-in, pero a juzgar por la acalorada conversación que mantenía con la chica del mostrador, algo no iba bien.
Cuando por fin abandonó la conversación y vino hacia mí, su cara contrariada me alarmó.
―¿Qué ocurre?
―No te lo vas a creer. Compré estos billetes por internet hace un par de semanas y ahora me dicen que solo eran una reserva, que no efectué el pago en el plazo estipulado y por eso han caducado.
―¿Cómo? ―fruncí el ceño.
―Te juro que los pagué, vi el extracto bancario; pero al comprobarlo delante de la empleada me di cuenta que me habían devuelto el importe por algún motivo. Supongo que se debe a un error y ahora no podemos viajar.
―Entonces, ¿cuándo?
―Les he preguntado cuándo salía el próximo vuelo y me han dicho que hasta dentro de cuatro meses no tenían disponibilidad. ¿Te lo puedes creer? ¡Cuatro meses!
―¿Y qué vamos a hacer ahora?
―Tendremos que quedarnos aquí y rezar para que haya alguna anulación. No me puedo creer que no haya reservas disponibles, esto no me ha pasado nunca, no suelen ser vuelos muy solicitados y menos en esta época del año.
Me encogí de hombros.
―Seguramente no tendremos que esperar tanto como dice, me parece una barbaridad.
―Eso mismo pienso yo. Mañana mismo lo miraré a través de una agencia, a ver si ellos pueden realizar una reserva.
Asentí y dejé que me acompañara hacia la salida.
En ese momento, mientras atravesaba la puerta acristalada del aeropuerto, me sentí feliz. No recordaba cuándo fue la última vez que me sentí así, de alguna manera Nápoles me hacía sentir en paz.
Llegamos a nuestro apartamento y Vincenzo empezó a realizar llamadas.
Los días pasaron y seguíamos sin poder regresar a Sicilia. Siempre ocurría algo, algún imprevisto o algún negocio urgente que Vincenzo debía atender. Siguió trabajando desde casa, llevaba al día sus estudios botánicos y había recibido varias ofertas para presentar el proyecto en el que llevaba trabajando desde hacía varios años.
Todo seguía su ritmo menos yo, que me sentía estancada. De pronto volví a sentir curiosidad y empecé a hacerme preguntas. Tenía tiempo para meditar, cada mañana salía temprano para ir a pasear y me sentaba en un banco del parque junto al lago, hasta que me sentía lo suficientemente fuerte para regresar a casa.
Esa mañana para salir de la rutina decidí llevarme el teléfono de Ingrid y volver a revisar sus mensajes. Miré las pocas fotografías y removí todo su teléfono esperando encontrar algo que me resultara familiar; después de todo, Marcello decía que ahí podría encontrar respuestas. No estaba segura de a qué se refería exactamente, pero decidí dar un paso más en mi investigación y pregunté a un taxista si reconocía la antigua casa que salía en las fotografías. Después de estudiarlas durante un rato me miró y asintió con la cabeza.
―Creo que esta calle está en las afueras de la ciudad.
―¿Podría llevarme?
―Claro, suba.
Obedecí, ilusionada después de mucho tiempo.
El camino fue más corto de lo que esperaba, en apenas veinte minutos me dejó frente a la valla oxidada de la casa que aparecía en el teléfono.
―¿Es aquí? ―preguntó dudoso.
―Sí, gracias.
Me bajé del coche y tragué saliva.
Era una casa imponente y antigua.
La abundante vegetación me llegaba por los tobillos, hacía mucho tiempo que nadie se encargaba de ella. Llegué a la puerta de entrada y empujé, pero esta no se abrió. Miré en todas direcciones, tratando de encontrar algo que me ayudara a abrirla y entonces vi la señal. Un macetero azul era una nota de color demasiado llamativa para un lugar así. Miré en su interior y ahí encontré una antigua llave de latón.
Me abofeteó un fuerte olor a humedad al abrir la puerta. Los techos de la planta baja estaban apuntalados, parecía como si se estuviera llevando a cabo una reforma. Subí las escaleras con decisión y revisé todas las habitaciones. Solo una estaba amueblada. Una cama en el centro, dos mesitas a los lados y un armario era toda la decoración de aquel espacio demasiado grande. Pese a ser una habitación antigua, era cálida y acogedora. Me senté en el borde de la cama y abrí el cajón de la mesita. Algunos papeles de propaganda, un reloj y un viejo despertador era lo único que había en su interior. Suspiré y empecé a ordenar los folletos de reformas y justo en el fondo había uno con un nombre escrito: "Ingrid y Lucas 2012" Giré el papel con mucho cuidado, con el corazón latiéndome como una locomotora hasta que vi las personan que componían esa fotografía.
Me levanté de la cama de un salto y corrí al baño para vomitar. Mi estómago se contrajo expulsando hasta la última gota de todo lo que había ingerido aquella mañana.
«No puede ser».
Regresé a la habitación y volví a mirar la fotografía; no me parecía a esa mujer, ¡era ella! Algunos años más joven. En otro lugar.
Toqué la cicatriz de mi cuello, constatando que estaba en el mismo lugar que la de la imagen de la fotografía, lo que quería decir que no me la había hecho en el accidente como aseguraba Vincenzo, estaba antes y contaba una historia, una historia que al parecer nadie a mi alrededor conocía.
Cerré los ojos y guardé la fotografía en el bolsillo de mi chaqueta.
No podía creerlo: ¿Qué tenía que ver Ingrid conmigo? ¿Por qué nadie más que Marcello la había mencionado? ¿Por qué éramos absolutamente idénticas y no solo eso, compartíamos la misma cicatriz? ¿Quién era el hombre que aparecía en la foto? Todo eran preguntas sin respuesta y no sabía a quién interrogar, no estaba segura de nadie, algo no encajaba en mi historia y debía descubrir en quién podía confiar.
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Ingrid
RomanceEl hijo de un prestigioso capo italiano ha perdido a la mujer de su vida de la noche a la mañana. Pese a las evidencias que indican una marcha voluntaria, él nunca deja de indagar, y en su búsqueda destapa oscuros secretos de la mujer que ama. *** I...