Nada más levantarse de la cama, Claudio se asomó a la ventana. Hacía una mañana preciosa, cálida y tranquila. Se dio una ducha rápida y empezó a ordenar su habitación; no tenía tiempo de esperar a que viniera la asistenta, Gabi estaba a punto de llegar y el día anterior no había hecho más que pensar la forma en la que podría llamar su atención.
Era un momento importante; la segunda vez que estarían a solas, sin testigos, y ese detalle le ponía nervioso. Aún recordaba la forma en la que le había rechazado aquella vez en la terraza, pero en todo ese tiempo él no se había dado por vencido. Las veces que venía por casa volvían a sus habituales juegos de palabras, seductoras miradas y morbo, mucho morbo... Ella le provocaba más que cualquier otra, todos sus gestos, sus comentarios... hacían palpitar una parte de su cuerpo que se había negado la posibilidad de jugar con otras mujeres. Esa morena chula y despiadada le tenía completamente enganchado.
Se miró en el espejo y vio un hombre guapo. Era alto y de complexión fuerte. Se acarició la incipiente barba, esa que le quedaba tan bien y guiñó un ojo al espejo constatando que estaba arrebatador.
En cuanto escuchó el timbre se peinó con los dedos, se colocó un pantalón vaquero y cogió una toalla para disimular. Se acercó perezoso a la puerta y emitiendo un largo bostezo la abrió con indiferencia.
―Oh. Ya estás aquí ―comentó mientras simulaba que se secaba el torso.
Gabi puso los ojos en blanco y entró sin esperar a que él se lo ofreciera.
―No me digas que te pillo en un mal momento.
―No ―se encogió de hombros―, simplemente olvidé que habíamos quedado tan temprano.
Ella tragó saliva y asintió procurando no desviar la mirada a esos perfectos abdominales. Se dirigió divertida hacia el comedor y sacó un lápiz y su particular bloc de notas.
―He estado estudiando los planos de la casa, creo que si cambiamos la distribución del comedor ganaremos espacio y obtendremos una visión más amplia...
Claudio la escuchó, aunque le daba exactamente igual la distribución del comedor, su objetivo no eran las reformas precisamente.
―Entonces si movemos el sofá aquí... ―comentó trazando una línea en los planos―, podemos aprovechar para poner una mesa pequeña frente a la puerta de la terraza. Unas cortinas nuevas y... ―desvió la vista del papel para mirarle, extrañada por que estuviera tan callado―. ¿Qué te parece?
Claudio ojeó los planos sin mucho interés.
―¿Y si ponemos el sofá aquí? ―sugirió señalando un punto en el papel.
―Es un espacio muy pequeño, no cabe.
―¿Seguro? ¿Qué has anotado en esa libreta?
Claudio pasó un brazo por delante de la joven para coger el bloc de notas que había a su derecha, al hacerlo, acarició superficialmente sus pechos con fingida inocencia.
Gabi contuvo una sonrisa. No era tonta. Sabía que con Claudio no existía el contacto casual, todo lo que hacía, cada mirada que le dedicaba o comentario que le decía tenía una intención clara. A ella también le gustaba jugar a su mismo juego; además, no podía negar que era un hombre muy sexy, y ahí estaba precisamente el problema. Por su experiencia sabía que los hombres como él solo buscaban una cosa y a ella eso siempre le había divertido, pero estaba en un punto en el que necesitaba sentar la cabeza, buscaba una pareja con la que poder contar más allá del sexo y Claudio no era el candidato ideal para eso. Sin embargo, sí lo era Marcello. En él había visto una sensibilidad que le había sobrecogido, era capaz de amar sin prejuicios, no tenía miedo de mostrar sus sentimientos y luchar por lo que quería; un hombre así no se encontraba fácilmente.
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Ingrid
RomanceEl hijo de un prestigioso capo italiano ha perdido a la mujer de su vida de la noche a la mañana. Pese a las evidencias que indican una marcha voluntaria, él nunca deja de indagar, y en su búsqueda destapa oscuros secretos de la mujer que ama. *** I...