55. La visita

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Había tenido mucho tiempo para pensar en nosotros. Los primeros días lloré por la marcha de Marcello, sabiendo que jamás volvería a verle, pero a medida que transcurrían las semanas fue despertando un nuevo sentimiento. No le culpaba por haberme dejado y haberse ido, pero no podía decir que estaba de acuerdo con él. Como en otros asuntos, en esa ocasión también discrepábamos.

Marcello me había dicho que se iba por no ser lo mejor para mí, pero en el fondo de mi ser le recriminaba que no luchara por intentar ser lo que él consideraba mejor para mí y se rindiera sin más, desapareciendo de mi vida para siempre. Hasta el día antes de su partida a Nápoles jamás se había rendido; eso no iba con él. Sin embargo ese día noté algo diferente, noté a un hombre al que le habían robado toda su fuerza.

Lo peor de esa situación era constatar que había perdido a la persona de mi vida. Marcello era la única persona que tenía la capacidad de sostener mi mano y hacerme sentir que en realidad me sujetaba el corazón; eso era algo irremplazable.

Cogí aire y seguí mirando diferentes páginas de internet en busca de un trabajo que lograra distraerme, pero mi búsqueda fue en vano. Tenía la cabeza lejos en ese momento y decidí marcharme a casa y probar suerte la próxima vez.

Caminé distraída por las calles estrechas y antiguas del casco antiguo de Barcelona y no me detuve hasta llegar a la puerta de mi edificio. Cuando logré despegar la vista del suelo, distinguí una inconfundible silueta y mi cuerpo se tensó en respuesta.

«No... no podía ser. No era posible...»

Quise echar a correr, pero las piernas no respondieron a mis deseos y me quedé anclada en el angosto suelo mientras todo a mi alrededor no dejaba de dar vueltas.

En cuanto sus ojos me encontraron se me removió algo por dentro y mi vientre se agitó hasta el punto de producirme náuseas; sin duda estaba ahí por mí.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora