|10| El Satanassa

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—¿Qué? ¿Vienes a revisión de exámen? —preguntó María Bolaño a Pol, que se había acercado durante el descanso.

—Si, y a pedirte si me dejarías repetirlo —contestó él.

La mujer pagó su bebida mientras soltaba una corta carcajada ante la respuesta del rubio.

—Se te olvida dibujar el vello púbico y quieres subir nota.

—María, la cagué mucho. No sé, me bloquee. Pero necesito aprobar Ética para que me den la beca.

—Haberlo pensado antes —respondió mientras recibía su cambio —. Yo, aunque no te lo parezca, soy una profesora íntegra.

La mujer se alejó, llevando consigo la botella de agua que había comprado. Pol la siguió.

—No te pido que me apruebes, sólo que me dejes repetirlo. Podría hacerlo hoy mismo —insistió.

—No pienso darte ningún trato de favor.

—¿Te piensas que te pido un capricho? No estoy bien, María...

—Ya lo sé. Se te ve en la cara. Ya somos dos, pero no te puedo repetir el exámen —sentenció la mujer y comenzó a alejarse. Pol, desesperado, decidió jugar su última carta.

—Lo llego a saber y copio, como hacen otros...

La mujer se detuvo.

—¿Cómo? —giró su cabeza y lo observó —, ¿quién copió? —se acercó hacia el chico lentamente —. Dime ahora mismo quién ha copiado en un examen de María Bolaño —ante el mutismo del joven, añadió:—, y yo me olvido de mi ética profesional y puedes repetir el exámen.

Pol terminó soltando la lengua y, unos minutos más tarde, se encontraba en el aula repitiendo el exámen de Ética bajo la atenta mirada de Laura, la hija de María Bolaño.

La culpa lo consumía, había delatado a Oti por su propio beneficio. Mas tarde, se dirigió al paraninfo y se quedó sentado en silencio, contemplando el lugar, hasta que entró Axel.

—¿Estás rezando?

—Me he saltado todos los principios éticos —contestó, jugando con sus dedos.

—¿De qué modo?

—Diciendo la verdad.

—Joder, pues yo lo he hecho al revés: me he saltado la ética mintiendo —contestó el mayor, Pol mantenía la cabeza gacha —, pero tú lo has dicho: es supervivencia.

—O egoísmo.

Axel se acercó al rubio y acarició su mejilla. Dejó la mano por un momento ahí y luego la bajó acariciando su barba y sus labios lentamente. El momento se cortó cuando el  padre del mayor apareció en el salón acusando a su hijo de querer quemar el paraninfo.

Se separaron y Pol agarró su mochila, intentando pasar desapercibido. Se sentía como un intruso en un tema familiar, porque lo era, así que decidió marcharse.

Unas horas más tarde aquel día, llamó al venezolano.

—Vale, Ángel. Si, nos vemos en el Satanassa —contestaba mientras se colocaba una cazadora —. No, no te preocupes, no lo doy por hecho. Adiós, gracias.

Se acercó al balcón junto a Gloria, que observaba a sus nuevos (y ruidosos) vecinos: los rusos.

—¿Por qué los turistas siempre ríen? —se quejó Pol.

—Que alguien ría al menos, porque en ésta casa... últimamente se callan muchas cosas —El rubio la miró con los ojos abiertos —. No soy tonta, a Alfonso no le interesa el ajedrez.

Yo no soy MerlíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora