Cuando Ho Seok tenía catorce años, se pasó su cumpleaños sentado en el asiento de un avión, mudándose a un país completamente nuevo.
En ese tiempo, Ho Seok ya tenía fobia a las alturas, así que entre eso y el miedo y la incertidumbre de mudarse a Estados Unidos, aquello fue, con diferencia, el peor cumpleaños que había tenido nunca.
Los mellizos tenían seis semanas y media por ese entonces, y Ho Seok dedicó ese viaje en avión a encargarse de ellos. No porque nadie le pidiese que lo hiciera, sino porque necesitaba distraerse con algo, y tenía que admitir que Min Hyuk y Do Yeon eran la cosa más bonita que Ho Seok hubiera visto jamás.
Posiblemente, de haber podido, hubiera hecho como su madre (que tenía la misma fobia que él) y se hubiera puesto a beber alcohol hasta caer dormido, pero no fue una opción en su momento. En cambio, hizo de padre de esas criaturas mientras su padre se enfrascaba en el trabajo y su madre se emborrachaba.
Cuando rememoraba ese viaje, Ho Seok se decía que debió verse venir cómo iba a ser su vida los años siguientes.
Esa noche, antes de su primer día de clases, no durmió absolutamente nada. Estaba demasiado nervioso ante la idea de presentarse delante de un montón de gente que no conocía y que tenía una cultura y un idioma terriblemente distintos a los suyos. Encima iba a pillar el curso empezado. ¿Por qué los estadounidenses tenían que empezar las clases en septiembre y no hacerlo en marzo como hacían los coreanos? Aquello era una pesadilla.
Así se vio a la mañana siguiente, tras 30 horas sin pegar ojo, presentándose delante de un grupo de chicos y chicas mayormente blancos de quince años, con el escaso metro setenta de altura que tenía a los catorce, su cuerpo pequeño, su cara de niña y su inglés entrecortado no porque no fuese fluido en el idioma, sino porque estaba tan nervioso que le temblaban hasta las pestañas.
No dijo gran cosa, solo que se llamaba Cameron Lee, que acababa de llegar de Corea del sur y poco más. Luego se sentó en el único pupitre que había vacío, junto a la ventana en penúltima fila. Bueno, en el único pupitre vacío que estaba libre, porque había otro en primera fila donde no había nadie, que pertenecía a alguien que no había ido a clase ese día.
Hyun Woo y Ho Seok pudieron haber tenido uno de esos romances de película adolescente, donde aparece un chico nuevo, hace contacto ocular con alguien que hay en los pupitres y ambos se enamoran perdidamente a primera vista, pero lo cierto era que, cuando Ho Seok llegó al instituto, Hyun Woo no estaba siquiera en el pueblo, o en el mismo estado que él. El único rastro de él era una silla vacía donde le habían dicho que no podía sentarse.
Su rutina los primeros días en Massachusetts fue bastante aburrida: por las mañanas su padre conducía hasta la guardería a dejar allí a los niños (Ho Seok era quien los sacaba de sus sillitas, pegándoselos los dos al pecho con cuidado para llevarlos hacia adentro. No sabía por qué, pero le daba miedo que su padre los tocara. Él no tenía ningún recuerdo de su padre encargándose de él, o cogiéndole en brazos cuando era un niño, y le aterraba que les hiciera daño si, sin querer, era muy brusco con ellos).
Luego su padre se marchaba a trabajar, y él iba caminando hasta el instituto, que estaba a dos calles. En clase trataba de atender lo máximo que podía (iba un poco atrasado en más de una asignatura, y a veces simplemente no era capaz de seguir el ritmo. Con nadie a quien pedirle apuntes, Ho Seok estaba seguro que sus notas iban a ser bastante malas cuando empezaran los exámenes, si su vida seguía así. Aunque, por suerte, no lo hizo). Y luego en el recreo, ya que no había hecho ningún amigo, se escondía en el patio a matar el tiempo con música y con esos juegos tan simples que venían por defecto en su teléfono. Un smartphone en esa época le hubiera ido bien. Lástima que no tuviera el primero hasta trece o catorce años después.
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Not all Girls are from Venus » Dodo x I.M. MONSTA X
RomanceDodo era como una bala perdida, como la rosa con más espinas. Quizá podría romper el corazón a cualquiera con un parpadeo y las costillas de un puntapié pero, para Chang Kyun, ese ángel de la destrucción era lo más bello que hubiera visto jamás. Él...