Era casi mediados de agosto, cuando Albus Dumbledore fue a comprobar las inscripciones para el próximo curso escolar. Normalmente no se habría molestado, pero alguien muy especial entraría en su esfera de influencia en septiembre y necesitaba asegurarse de que todo saliera a la perfección.
No sólo eso, sino que con el heredero de los Potter en Hogwarts, y leal a él, podía asegurarse de que el dinero que había estado utilizando de las bóvedas de los Potter estaba verificado. Sin nadie más que lo cuidara, o que cuidara del chico, podría utilizarlo como mejor le pareciera.
Una sonrisa apareció en su rostro, si jugaba las cartas correctas, estaba seguro de que el chico llegaría a verlo como una especie de mentor, tal como él quería, para asegurarse de que escuchara cada palabra que le dijera. Tal vez incluso hiciera todo lo que él le dijera, incluso se había asegurado de que una prominente familia de la Luz se hiciera amiga del chico en el tren. Después de todo, los Weasley harían mucho por algo de dinero.
Más aún, cuando la petición provenía de él, como Señor de la Luz, suponían que le harían un favor al mundo, y lo harían. En cuanto tuviera el oro Potter en sus manos, podría utilizarlo para poner en marcha todos sus planes. Sobre todo porque la fortuna de los Dumbledore se había reducido a la nada después de que su padre fuera encarcelado.
Convertir a los herederos de las antiguas familias a su causa, sólo había ayudado a su "causa", y si desangró a esas familias, bueno, ese no era su problema ahora. Sólo había pedido algo de ayuda y soporte económico, si esos herederos y posteriores señores lo daban todo a la causa era su pérdida y error, no el suyo.
Poniendo una sonrisa amable en su rostro, llamó y abrió la puerta del despacho de Minerva, sobresaltándose al ver a la Bruja sentada con las manos en el pelo, con una mirada atormentada.
-Minerva, ¿qué pasa, querida?-.
La profesora de transfiguración lo miró, sus ojos se abrieron de par en par antes de fulminarlo con la mirada.
-¡Tú! Te dije que dejar al niño Potter con esos muggles iba a volver a mordernos el trasero. Pero seguiste insistiendo en que era lo mejor, y ya ves, ¡tenía razón!-.
Mientras decía esto, señaló unas 50 cartas todas dirigidas a Harry Potter, sin una dirección real, sólo aparecía su nombre.
-¡Sabes lo que eso significa! Está muerto, Harry Potter está muerto, ya que no podemos encontrar ningún rastro de su magia, ¡todo gracias a donde lo dejaste!-.
Dumbledore se quedó boquiabierto, antes de negar con la cabeza, -¡no, nos habrían avisado, los pabellones, nos habrían avisado si le hubiera pasado algo al chico!-.
Con eso, se dio la vuelta y se apresuró a llegar al borde de los pabellones de apariciones, apurando aún más una vez que se aparecía, llegando a Surrey en un abrir y cerrar de ojos y transfigurando su ropa en algo un poco más muggle, para que no se notara tanto.
Por supuesto, no importaba con qué ropa se cambiara, el hecho de que tuviera una barba que le llegara a las caderas lo haría destacar entre los muggles de todos modos. Pero no dejaría que eso lo detuviera.
Se dirigió al número 4 y llamó, antes de tocar el timbre y golpear el pie con impaciencia mientras esperaba a que uno de los Dursley abriera la puerta.
La persona que le abrió no era nadie que él reconociera como alguien de la familia Dursley, así que le dedicó una sonrisa de abuelo y le preguntó a la chica dónde estaban los Dursley.
La joven lo miró, antes de negar con la cabeza y cerrarle la puerta, haciéndole parpadear ante el espectáculo que se estaba dando.
Un vecino, que seguramente le había oído hacer la pregunta, se burló: -Esa horrible gente hace años que se fue, señor. Desde que siguieron protegiendo al matón de su hijo, la vigilancia del barrio, así como la escuela, interfirieron.
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THE INNKEEPER
FanfictionDimitriv había sido el guardián de la posada durante varios años, sin encontrar nunca un heredero que tomara el relevo, dejándole a él -con su vida inmortal- la vigilancia de la posada y de las criaturas que se acercaban en busca de santuario, comid...