Capítulo veintitrés: Máscara.

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Narra Eliza:

El doctor revisa mi pulso mientras fijo mi vista en el techo. Pico la piel destrozada que rodea mis uñas, quiero comenzar a morder, pero tengo que soportarlo mientras el doctor silencioso está aquí haciendo mi revisión.

Éste se aleja con calma, saca de su maletín negro una paleta y me pide que abra la boca y saque la lengua. Hasta este punto no sé porqué mi hermana se esmera en que un doctor me venga a ver cuando por el momento estoy bien.

Siento la sangre surgir de uno de mis dedos cuando termino arrancando un poco de mi piel y presiono con fuerza para no manchar las sábanas de mi cama. El doctor se aleja, anota algo y comienza a analizar mis medicamentos. Muerdo el interior de mi labio, debo de decirle, puede que sí me haga caso por el hecho de que soy la hermana de la Reina. Debe de hacerme caso.

Tengo que pedirle que sane a Leander.

Desde la última visita no puedo sacarme de la mente su estado deplorable, los enormes moretones que cubren su cuerpo y su evidente mano rota. Hago una mueca, eso debe de doler. Y mi hermana... mi hermana lo ha ido a visitar, prácticamente para destrozarle los intestinos. Antes me hubiera gustado, verlo sufrir, tanto como hizo sufrir a Lillai. Pero ahora, solo siento que está mal. Por más bastardo que sea, no creo que la mejor forma sea romperle los huesos. Está bien que lo pellizque, le de una cachetada si quiere, pero tampoco tirarlo contra las paredes de su celda sin tan siquiera ayuda médica. De vez en cuando soy amiga de la injusticia, pero en este caso me sucede lo contrario.

—Doctor —mi voz sale más enérgica de lo que pensé, aclaro mi garganta. Éste deja de rellenar mi medicamento, parece ser que está incrementando mi dosis... Genial, más trabajo para Castar, ya que no pienso tomar medicamento sin llevarle la contraria a mis mucamas. Los ojos cansados del doctor me observan a la espera de mis palabras—. ¿Está muy ocupado después de que termine de revisarme?

Frunce levemente el ceño—. Tal vez deba de ver a unos cuantos pacientes ¿Por qué? ¿Necesita algo? —guarda los frascos vacíos de medicamento en su maletín y lo cierra.

—La verdad es que sí —me incorporo en mi cama y dejo de arrancar la carne de mis dedos—. Verá, tengo un amigo, está en muy mal estado... Se quebró la mano y nadie hace nada al respecto —bufo y me cruzo de brazos cuando veo que el doctor parece igual de desconcertado que yo—. Tal vez sea un poco orgulloso, pero esta vez es grave... No quiero que muera —niego con la cabeza.

—¿En dónde se encuentra su amigo?

Aparto el cabello de mi rostro—. Esa es la cuestión, es un criminal de las mazmorras —el doctor aleja su mirada de la mía y parece que está listo para irse—. No, no, no —me coloco de pie, ignorando el inesperado mareo. El doctor me toma del brazo cuando ve mi inestabilidad—. No lo entiende, ya sé que es malo, pero es aún peor tenerlo en una situación tan pésima.

—No soy el encargado de sanar heridas de criminales lady Eliza —me sienta con lentitud sobre el borde de la cama—. Debería de descansar, el medicamento puede tener ciertos efectos secundarios y es mejor que se preocupe primero por usted —eleva ambas cejas.

—Haré lo que sea a cambio de que usted lo comience a tratar. Lo que sea...

Éste suspira y se sienta a mi lado en la cama. El nudo en mi garganta se sacude cuando me recuerda a papá cuando solía venir a la habitación para regañarme—. Lo puedo ver en tu rostro, te preocupa bastante esta persona, pero no puedo hacer nada para ayudarte, yo...

—¿Es por mi hermana? —no responde, cuando se queda callado por un largo momento coloco mi mejor rostro falso de sorpresa—. Pero... —capto su atención—. A ella no le molesta que atiendan a los criminales, además, tienen el derecho de ver a un doctor en el caso de que sea necesario. El problema con mi amigo es que mi hermana ha estado tan ocupada que no ha podido enviar a un medico para tratarlo —me coloco de pie y me acerco al mueble que contiene la infinita cantidad de joyas. Mi corazón no se inmuta en hacer ningún movimiento incómodo cuando tomo unas cuentas entre mis manos—. ¿Esto es suficiente? —coloco los rubís, diamantes y perlas al lado suyo en la cama.

La Magia En Ella: El Reinado [#2]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora