Capítulo sesenta y cuatro: Comenzar por algo.

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Narra Leander:

La piedra de las paredes ya forman parte de mi espalda después de estar sentado por lo que parecen ser siglos, dejo la mirada caída al frente y me mantengo alerta en caso de que logre captar cualquier sonido, pero mi suerte está como la mierda más grande de todas. Mi cabeza no se va a los lugares oscuros de la muerte o aquellos llenos de sexo y diversión con cualquier zorra, mis pensamientos se mantienen en una laguna cubierta en neblina.

Quiero mover mi mano y estamparla con fuerza contra la piedra y proseguir a hacer lo mismo con ambas, pero es la primera vez en mucho tiempo que pierdo las ganas de mover un puto dedo. Deseo sentir cómo estalla mi cráneo en trozos, pero mi cabeza no se mueve con el simple acto de imaginar mi muerte. Estoy seguro de que podría estar a escasos segundos de hacerlo, admito de manera desgarradora que la misma bruja podría causar mi suicidio.

Las comisuras de mis labios no se elevan, pero la sonrisa sí logra aparecer entra la neblina. El color de su cabello me funde, el olor de su piel y el desastre en sus ojos me llevan a un camino arduo en donde la desesperación ya no es la emoción principal.

Nunca había sentido tanto, las sensaciones de mi corazón son completamente anormales ¿Cómo es que una maldita mujer puede causar tanto en mí? Ambas partes de mi ser batallan entre sí, el lado que no gusta de los sentimientos apuñala con ganas al que se aferra a la idea de Lillai.

¿Pero porqué aferrarse a algo que he perdido?

Soy una maldita escoria.

Cierro los ojos, porque es la última acción jodida que me queda por hacer, además de respirar. Siempre gano, es mi especialidad, no hay nadie que logre sobrepasar mis habilidades, que acabe con el poder de mi cuerpo. Ilusos aquellos que pensaban que alguna vez llegarían a mi nivel, imbéciles los que me imitaban. Ni la batalla más grande me logró hacer desaparecer, tampoco la mierda que era mi padre.

Nada podía contra mí y ahora... Ahora el asesino más grande de la historia se ve a sí mismo derrotado por una cosa tan simple y tan estúpida como una mujer. Porque no sabe cómo callar los malditos gritos de la desesperación y el deseo de la mierda que ocasiona en mí. Sin darme cuenta la utilicé, no solo para una cosa, pero también para mi beneficio. Gracias a mi egoísmo estoy en la jodida verga.

Entre la distancia distingo unos pasos pesados, demasiado distintivos como para no darse cuenta de la persona que se acerca a mi celda. Escuchaba esos pasos todos los días cuando era un maldito mocoso, me traumaban con solo escuchar que se aproximaban al lugar en donde me encontraba encerrado.

No está ni cerca y detecto el olor al cigarrillo, por acto reflejo abro los ojos, pero no muevo ni una sola extremidad. Miro las sombras que crean su cuerpo gracias a las antorchas en las paredes, como tose levemente. Trata de hacer aún más clara su llegada, cómo si los pasos no fueran lo suficientemente llamativos. Maldito imbécil.

Se detiene frente mi celda, con una sonrisa cubierta en descaro y un cigarrillo a nada de terminar sobre sus labios. No hago nada más que mirarlo desde abajo, tal como lo hacía cuando me daban una paliza y no me atrevía a levantarme del suelo cubierto en sangre.

—Tal como los viejos tiempos niño, vengo a verte después de que hiciste una travesura y mira en lo que te metiste ahora —se ríe, la risa ronca se pierde con una tos. Decide apagar su cigarrillo, sigo su caída.

Ni el simple hecho de que me haya llamado niño incita furia en mí, se ha acabado. Lo miro de nuevo, dándole la razón con solo mis ojos—. Si has venido a matarme, solo tienes que presionar el maldito gatillo, Lalo —mi voz se siente pesada cuando por fin decido abrir la boca, llevo tiempo sin pronunciar palabra.

La Magia En Ella: El Reinado [#2]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora