Capítulo veinticinco: En el infierno una vez más.

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Narra Leander:

La verga más grande definitivamente no es la mía en este caso, es la puta aguja que el doctor de pacotilla mete en mi brazo izquierdo. Lo miro con cara de pocos amigos ¿Qué me cree? ¿Un maldito animal de experimento?

No sé la estúpida hora, pero puedo calcular que ha estado haciendo "análisis", insertando agujas y revisando mi estado, por más de una hora. Miro la pared frente a mí que está hecha parcialmente de piedra y me concentro en no ver la labor de este inútil, juro que si me toca de nuevo le quiebro la quijada.

Siento como extrae la aguja y guarda cosas en su maletín, se mueve y cuando lo hace lograr crear sombras en la pared que me marean. Éste camina y se coloca frente a mí, solo falta que se ponga de cuclillas y me pregunte como un maldito mocoso si me siento bien—. Muchacho, necesito que por favor siga mis indicaciones —termina colocándose de cuclillas a mi altura en el suelo, golpeo la cabeza ligeramente contra la pared. Esto me desespera. La ausencia de mis armas hacen que un duro latido de contra las paredes de mi organismo, rechino los dientes, solo me falta quebrarlos.

El oficial, al cual no le queda el ridículo uniforme, que lo acompaña mira todo desde una distancia razonable, se cruza de brazos y bufa cuando ve que no estoy disfrutando de esto. Voy a reclamarle cuando el doctor frente a mí se aclara la voz, lo miro con aburrimiento—. ¿Qué? —escupo.

Éste ignora la molestia en mi voz, yo frunzo el ceño y bufo, ahora pretende ignorarme—. Necesito que siga mi dedo —coloca el dedo índice frente mi nariz—. No quiero que mueva su cabeza, solo necesito que lo siga con los ojos, deme un segundo —se coloca de pie con cierta dificultad y toma una antorcha. Vuelve a entrar a mi celda y se coloca de nuevo de cuclillas, el calor de la antorcha azota mi rostro. El bochorno me rodea y comienzo a sudar más de lo normal, que pendejada—. Por favor, solo haga lo que le pido.

— Y usted solo termine rápido.

Comienza a mover el dedo, yo lo sigo hasta la izquierda hasta que lo pierdo de vista. Veo unos círculos negros cruzar mi campo de visión y con molestia trato de seguir el ritmo. El doctor no reacciona a mis estúpidos ojos, permanece en silencio analizando como sigo su dedo torcido ¿Ya puede acabar? Toda esta verga está causando que vea más cosas de lo normal.

Aparta el dedo de mi cara, deja la antorcha en donde estaba antes y yo suspiro al sentir mi cabeza pesada ¿Qué demonios me inyectó?—. Sé que no le agrada nada de esto, pero quiero dejarle en claro que lo hago principalmente por Lady Eliza, parece muy preocupada por usted y le doy toda la razón. Su estado... usted no está del todo bien.

—Solo cállese, yo decido si estoy bien o no.

Con una mirada resignada se baja a buscar más cosas dentro de su maletín, por el rabillo del ojo veo que prepara otra inyección, lo miro mientras lo hace. Eliza ni siquiera se ha aparecido hoy, la mocosa es mi última esperanza por el momento, es la hermana de Lillai y debe de tener cierto contacto con ella para decirle que baje a las malditas mazmorras para verme.

Intento formar un puño con mi mano, pero ni la siento ¿Y para qué manda a este maldito doctor? Recuerdo la silueta esquelética de Eliza... La que más necesita atención medica aquí es ella y aún así lo manda para que pierda su tiempo aquí, maldita mierda. Los ojos negros de la mocosa llegan a mí de nuevo, no está ni aquí y aún así logra acaparar el lugar, pero no tanto como su hermana.

Cada vez que viene a verme me mira con bastante esperanza en su mirada, parece que espera que termine con todo esto y arregle todo, no se equivoca, pienso mejorar todo aunque signifique quebrarme los huesos de las manos. Pero al mismo tiempo, hay veces cuando viene a verme en donde parece ser que ha tirado la toalla y piensa que lo único que le queda en esta vida es vomitar hasta los testículos que no tiene. Los ojos de Eliza se van entre la oscuridad de la celda y vuelvo a pensar en la bruja.

La Magia En Ella: El Reinado [#2]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora