18. Ama a alguien mas

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Los ojos me pesan cuando los abro, la cabeza me da vueltas y siento el cabello pegado al rostro, es como si hubiera ido de fiesta toda la noche, me siento fatal, pesada, derrotada.

Cuando me incorporo de la cama, las imágenes de anoche vuelven a mi como proyecciones en cámara rápida, llegan a mis oídos las palabras de Blake, y a mi corazón, la imagen de los senos de Rebecca, la imagen de sus piernas alrededor de las caderas de mi novio, el doloroso rompimiento y el ardor de mis nudillos por haber destrozado una pintura tan bella. Mis ganas de vivir reducen a cero y al mismo tiempo incrementan al mil.

Bajo la mirada a mis manos rojizas y el solo hecho de mirarlas me duele, tengo los nudillos rojos e hinchados, algunas uñas rotas y las palmas con varios rasguños que se extienden poco a poco hasta las muñecas.

Para distraerme levanto mi celular, pero lo primero que veo al encenderlo son llamadas perdidas de Rebecca, mensajes de voz de Rachel recordándome que hoy se casa y textos de Isabella preguntando por el chico genial haciendo desayuno en la cocina.

—¡Mierda!

Salto de la cama y en menos de cinco segundos estoy abajo, entrando a la cocina.

—Están deliciosos —escucho a Isa.

Cuando entro por completo me quiero reír al ver a Isa y Maddie comiendo tostadas francesas que Demien sirve de un sartén.

—Buenos días, Gwen —me saluda Maddie—. Ya nos enteramos...

Observo a Demien con una mueca y él levanta ambas manos.

—Rebecca les habló preguntando por ti.

Escuchar su nombre me duele, también ver a Demien en mi casa, es como dos traiciones a la vez, aunque sé que la de ella es peor, lo único que Demien hizo fue guardarle el secreto a su amigo, algo que yo hubiera hecho por Rebecca.

—Creí que te habías ido por la noche —murmuro sentándome frente a Isa.

—Tu madre no me dejó irme —ríe—, ella insistió en que era tarde y mi departamento estaba muy lejos.

—A pesar de que él le dijo mil veces que iba en coche —Maddie hace esa clase de mirada que irrita a todos—, supongo que así son todas las madres.

—Madrastra —resoplo cuando lo veo dejar un plato con tostadas frente a mi—. No tengo hambre.

—Tienes que comer algo —la preocupación de Isa me anima, aunque no lo suficiente para comer.

—No tengo ganas —empujo el plato lejos de mí.

—Gwen —intuyo lo que dirá a continuación, porque se lo ha dicho a Maddie un millón de veces—, tu cerebro se acostumbró a un flujo constante de dopamina...

—Diablos, Isabella —mis lágrimas regresan—. No estoy de humor, ¿de acuerdo?

—Lo siento, Gwen, eso causan los sentimientos como el amor —le da una mordida a su tostada—, y ahora los reemplazaron por hormonas de estrés que te harán sentir como una basura, vas a sentir dolores de cabeza, quizá musculares y tu cuerpo va a ansiar los químicos que lo hacían sentir bien. Te va a doler —cierro los ojos para que las lágrimas se vayan—, te va a doler muchísimo, Gwendoline, pero no te preocupes, porque el amor es una reacción química que va y viene, igual que el desamor —habla con la boca llena y comienza a desesperarme—. Tu cerebro se va a ajustar y la química de tu cuerpo regresará a la normalidad...

—Cállate —susurro abriendo los ojos.

—¿Vas a comer?

—Si cierras la boca sí.

Jugando Sin ReglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora