37. Jugando Sin Reglas

42 1 0
                                    

Las maletas están sobre mi cama listas para ser transportadas al piso de abajo, todo en mi habitación está por fin ordenado, la cama tendida, mi armario vacío, el tocador ha desaparecido, los libros de mi librero están en cajas esparcidas en el sótano y los posters que decoraban las paredes se han ido, hace tanto tiempo que no lo veo tan limpio y tranquilo que comienzo a sentir lástima por todo lo que dejaré atrás.

Decidí que cuando vuelva a Seattle me iré de casa de mi padre, tendré mi propio lugar y buscaré un empleo que en verdad me guste, voy a dejar de vivir tratando de complacer a los demás y durante cinco meses fuera del país regresaré con una vida nueva.

Suspiro mirando mi habitación vacía y salgo arrastrando mis maletas hasta el piso de abajo, en donde me espera mi familia.

—¿Lista?

—Si.

Hace mucho que dejé de fumar, pero tengo una cajetilla en mi bolsillo esperando a ser tirada al mar como ritual de iniciación a una nueva vida.

—Te vamos a extrañar tanto —me abraza Maddie.

—Y yo a ustedes.

Querían hacerme una fiesta de despedida, pero me negué rotundamente a cualquier cosa que involucrara personas abrazándome y llorando en mi ropa, lo único que hice fue juntar tiempo de mi día hablando por última vez con muchas de las personas que fueron parte de mi vida.

Con Rebecca fui a un tranquilo desayuno en un restaurante sencillo, ella se puso feliz de recibir mi llamada, pero lloró cuando le dije que me iría.

—Te voy a extrañar muchísimo.

—Me iré cinco meses —me encogí de hombros—, voy a volver antes de lo que crees.

—Me alegra que compartas esto conmigo —sonrió entre lágrimas—, sé que nos distanciamos y...

—Dejé de estar enojada contigo hace mucho tiempo —le sonrío—. Solo me hacía daño a mí misma y bueno, comprendí que no fue tu culpa haberte enamorado de la persona incorrecta.

Cuando le dije aquello recordé a mi madre y la charla que Maddie me había dado en el coche el día de la boda.

—No creo que sea la persona incorrecta —bajó la mirada avergonzada—, no para mí.

—No pasa nada —dije con suavidad—, me gustaría que ambos fueran felices.

—Gracias.

Cuando salí del desayuno con Rebecca llamé a mi madre antes de arrancar el coche.

—Gwen, hola.

—Te perdono —solté sin pensarlo—, te amo y te perdono —suspiré como si me hubiera librado de un enorme peso—. Soy tu hija y quiero pasar tanto tiempo contigo como me sea posible.

Gwen... —podía sentir que estaba llorando— no sabes cómo me alegra escucharte.

—Quiero pasar navidad contigo —aguanté las ganas de llorar—, y conocer a Wyatt a profundidad, ir a sus campeonatos de... de cerebritos.

Escuché su risa al otro lado del teléfono.

—Ajedrez.

—Y lo siento —decirlo fue muy duro—, siento haberte alejado tanto tiempo, mamá.

Eso está en el pasado —suspiró—. No puedo esperar a verte.

Me di cuenta de lo importantes que son ciertas palabras, de lo esenciales que son los recuerdos, los momentos.

Jugando Sin ReglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora