36. Sunshine

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En casa de los Hawckett todo está adornado de la misma manera que en la boda de Rachel, hay luces colgando de los pilares de madera que también sostienen una carpa blanca que cubre las mesas en donde los invitados comen, también hay una pista de baile hecha de madera que también tiene luces colgando, todo es bastante bonito y hogareño, excepto la ausencia de los novios.

Al parecer, Abigail huyó a Nueva York con Demien y todos especulan que son amantes, aunque los de su grupo cercano y yo sabemos lo estúpido que es ese pensamiento, Jack se fue al departamento que había comprado para Abigail y todos están aquí, celebrando como si nada trágico hubiera ocurrido. Así son los ricos.

Mónica tampoco está, Blake baila con Rebecca en la pista junto a muchas personas que también se olvidaron de Jack, la única idiota que todavía no entiende lo que ocurre soy yo y mi hermana que acaba de llegar.

—Entonces, ¿ella huyó a Australia?

—No, ¿Quién te dijo eso?

—Lo escuché en el baño —señala—, las chicas de tu edad son muy malas.

—Disculpa, ¿Qué edad tienes?

—Aquí me siento de treinta.

Solo un año mayor que yo y se siente vieja, eso lastima.

—Y estas por sentirte peor —murmuro cuando veo quien se acerca a nosotras.

—Oh por Dios —no voltea—. ¿Es Paul?

—Su esposa.

—Diablos.

Louissa se sienta con nosotras con una enorme sonrisa y una figura radiante, es poco probable que Isabella se sienta insegura, pero no me matará notarlo.

—Isabella Laughlin —la saluda—. ¿Cómo has estado?

—Increíble —asiente—. ¿Y tú? —mira su mano—. Oí que te casaste.

—Así es —mueve su dedo con el anillo—, con Paul.

—Era de esperarse.

—Quería saludarte, ¿por qué no vienes conmigo?

—Oh no —se bebe toda su copa de vino de un trago—, debo quedarme con mi hermana.

Me vienen a la cabeza recuerdos de todo lo que Isabella le contó a mi madre y decido vengarme.

—Descuida, estoy bien sola —golpeo su espalda con suavidad.

—¿Lo ves? —Louissa la levanta.

Cuando se va se gira para mirarme con furia y me muestra su dedo corazón por un instante pequeño antes de que Louissa continúe jalándola como si fuera una muñequita.

—Hola de nuevo.

Adam se sienta en el lugar donde estaba Isabella con dos copas y una sonrisa resplandeciente.

—¿Estas disfrutando la boda?

—No sé cómo disfrutarla después de lo que ocurrió —me da la copa.

—Lo sé.

—Pero quiero intentarlo —me ofrece su mano—. ¿Bailas?

Abro la boca levemente, tentada a decir que no, hasta que recuerdo que aprendí a bailar gracias a un experto.

—Si no te importa que te pise —tomo su mano.

—Ese es el chiste de bailar.

Adam me lleva hasta la pista de baile y me pega a él tomándome de la cintura. Al sentir sus manos tocándome me siento ligera, no siento una presión en el pecho ni mariposas volando por todo mi cuerpo, solo siento el toque de un buen amigo. Él se tiene que ir temprano, así que bailamos dos veces y se despide de mi asegurando nos veremos luego.

Jugando Sin ReglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora