24. Amor

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Jamás pude haber imaginado que responder la llamada de Blake hace dos días me llevaría a una situación tan incomoda en una sala de espera con personas que he intentado evitar a toda costa durante años, especialmente estos dos días. Una de ellas es Hayley Sellers con un precioso look de oficina muy parecido al que Abigail está utilizando mientras rechaza la comida que su mejor amigo lleva ofreciéndole cuarenta minutos, aunque estoy segura de que Abigail ni siquiera ha notado su presencia, está tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera se molestó cuando Hayley le dijo lo mal que se veía.

El encuentro con Demien también fue incomodo, mucho más de lo que fue ser saludada con cortesía por Abigail.

Me animé a conducir para poder respirar por mí misma y llorar si era necesario, así pude darme cuenta de que no soy tan mala conductora si estoy sola. Bajé frente al centro de rehabilitación de Seattle y fumé un largo rato recargada en mi coche hasta que pude juntar el valor para entrar, Demien estaba recargado en una pared cerca de la puerta principal, estaba fumando y me miró por dos segundos que se sintieron eternamente dolorosos, después apartó la vista mientras yo entraba a la clínica y no me ha mirado desde que estamos sentados en el mismo lugar.

Salir del departamento de Demien fue difícil, pero Blake me necesitaba estando en Las Vegas, me confundió con Rebecca y habló conmigo una hora mientras su abuela lo localizaba, fue extraño escuchar todo lo que tenía que decirle a Rebecca y aun así me dolió colgar, me dolió saber que estaba allá y lo más extraño fue que ese sentimiento fuera tan diferente esta vez, sí que sentí pena por él, me preocupé al recibir una llamada de su irritante abuela dos horas después, pero fue como si el problema se hubiera convertido en algo ajeno a mí, algo que le ocurre a un amigo.

—Gwen —me habla su padre—, ya puedes entrar, linda.

—Gracias Señor Hawckett.

Abigail mira el suelo, Demien y Hayley se han ido y mis manos tiemblan al abrir la puerta, más cuando veo a la madrastra de Blake sentada a su lado, riendo y bromeando como siempre lo ha hecho.

—Gwen —se incorpora.

Está en una cama, como si se estuviera muriendo, con enormes ojeras hinchadas en sus ojos rojizos, el cabello ligeramente desordenado y con falta de un buen corte de cabello, lleva una bata de hospital y las manos le tiemblan cuando intenta levantarse.

—No te levantes —me acerco.

—Les daré algo de privacidad.

Pero no mucha, solo se limita a entrar al baño privado que tiene la habitación.

—Mi abuela me dijo que vendrías, pero no creí que...

—Aquí estoy.

Me siento en la silla que dejó Kira cerca de su cama y él me mira con los ojos llorosos.

—Lo siento mucho...

—No te disculpes.

Quiero llorar al verlo aquí, me gustaría abrazarlo y decirle que todo estará bien, pero no creo tener ganas ni fuerzas para hacerlo.

—Te debo una disculpa —suspira y parpadea, haciendo que algunas lágrimas pequeñas rueden por sus mejillas—, por todos estos años, no hemos sido nosotros... Yo no he sido yo mismo.

—Lo sé.

—Esto se siente extraño —sonríe con tristeza—, siento que me estoy despidiendo de ti.

—Somos amigos —sonrío—, jamás tendrás que despedirte de mí.

—¿Viste a mi hermana?

—Si, está afuera.

Jugando Sin ReglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora