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Paulina volvió a mirar el reloj, sorprendida. Era casi mediodía. Se quedó contemplando el techo de su habitación y escuchó. Nada, ni un sonido. A esas horas Namjoon ya debería estar trabajando.

Aún medio dormida, se recogió el pelo en una coleta y entró en el baño. Se miró en el espejo mientras las imágenes de la noche anterior se sucedían en su cabeza. Sin el efecto del alcohol, su lado analítico comenzó a trabajar implacable. ¡Había estado a punto de pelearse con Hwa! Después Namjoon la había sacado a la calle y, a partir de ese momento, todo su ser se había descontrolado. Por si no estaba bastante claro, la noche anterior había disipado todas sus dudas: había perdido un tornillo.

Nunca se había comportado de ese modo con un chico. Intentó recordar cada gesto, mirada, palabra o roce... Ni buscando a conciencia encontraría en ellos un ápice de inocencia. Namjoon la seducía con una simple mirada, y cuando la tocaba, dejaba de pensar. Habría hecho cualquier cosa que le hubiera pedido, estaba segura.

Lo deseaba de un modo irracional y primario, y esa necesidad que sentía la aterraba. Porque todo lo que había oído sobre él era cierto. Namjoon era atractivo y sexy a rabiar; arrogante, embaucador, peligroso..., y poseía una sonrisa que prometía la luna y las estrellas. A su lado una chica perdía el control sin importarle que al día siguiente volviera a salir el sol. Lo había comprobado en su propia piel. Y, aun así, se moría por volver a verle. Sí, definitivamente estaba perdiendo la cabeza.

Regresó a la habitación y se asomó a la ventana. Lo buscó con la mirada, pero no lo avistó por ninguna parte. Quizá estuviera en la cocina. Casi siempre coincidían allí. Salió del cuarto y bajó las escaleras corriendo. Frenó al llegar a la puerta y se detuvo un instante para coger aire. Entró y... nada, allí tampoco estaba. Torció el gesto con cierto desencanto y se sintió ridícula por buscarlo de aquella forma desesperada. Debía olvidarse de él. El coqueteo de la noche anterior no había sido real. Solo había sido un juego, un juego demasiado cruel al que se había prestado sin dudar.

Se sentó con una taza de café en una mano y un bote de aspirinas en la otra. Le dolía la cabeza. Cerró los ojos y subió las piernas a la mesa. Afuera se oyeron unos pasos y la puerta chirrió. No se movió, pensando que sería Han. Los pasos eran suaves, no como el sonido de las botas de Namjoon cuando aporreaban el suelo.

Una mano le rodeó el pie descalzo, envolviéndolo con una caricia. Abrió los ojos de golpe y se encontró con unos ojos marrones y astutos clavados en ella desde el otro lado de la mesa. El corazón se le paró un segundo, antes de volver a latir descontrolado, golpeándole las costillas con fuerza. Se quedó sin habla. Namjoon la repasó de arriba abajo sin disimulo. Entornó los ojos y esbozó una sonrisa.

Paulina trató de retirar el pie. Namjoon lo sujetó con más fuerza y se sentó en la silla como si estuviera tirado en el sofá de su casa. Comenzó a masajearle el tobillo, sin prisa, presionando con los dedos de una forma que provocó que algunas partes de ella comenzaran a derretirse.

—¿Cruda? —preguntó él. Señaló con la barbilla las aspirinas.

—Estoy bien. —Su voz sonaba casi sin aliento.

—¿Seguro? Pareces tensa. Podría ayudarte con eso —dijo con un susurro tentador y su mirada pasó a sus labios. Deslizó los pulgares hasta la planta del pie y la

acarició trazando circulitos.

Paulina puso los ojos en blanco e intentó recuperar el pie. Si seguía acariciándola de esa forma, su fachada de indiferencia iba a venirse abajo.

—Seguro que crees que sí —replicó con voz queda. Si no la soltaba acabaría dándole una patada—. ¿No deberías estar trabajando? —le preguntó impaciente.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora