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—Tienes un aspecto horrible —dijo Kina.

Paulina la miró de reojo mientras entraban en el edificio y cruzaban el vestíbulo, donde se encontraban los ascensores que conducían a las consultas externas. —El tuyo no es mejor.

—¡Qué quieres! Aún tengo los pelos de punta con todo lo que me has contado!

—Ya han pasado muchas horas, ¿y si no lo conseguimos? ¿Y si Hoseok ya está en una cuneta...?

—¿Con la cabeza en el culo? —replicó Kina, deleitándose con la idea—. Espero que no, sería un fastidio perdérmelo.

Paulina la fulminó con la mirada.

—Es broma, lo siento. Estoy tan nerviosa que digo más disparates de los habituales —se disculpó Kina—. Mira, Bora me ha dicho que Hoseok había viajado a Columbia para no sé qué tema de la universidad. Conociéndole, se habrá quedado a pasar la noche para tomar algo con sus amigos y tirarse a una animadora. No está en Port Pleasant.

—Espero que tengas razón. —Paulina soltó un gruñido—. ¿Tienes claro lo que debes hacer? 

Kina asintió y sus ojos se iluminaron.

—¡Me siento como si fuera Nikita en una misión para la División!

—Kina, céntrate —replicó Paulina con el ceño fruncido.

—Tranquila, sé lo que tengo que hacer y estoy lista. Entretendré a Sophie el tiempo suficiente para que puedas hablar con Jiwoo.



Paulina tomó el ascensor hasta la tercera planta. Al salir al pasillo se le erizó el pelo de la nuca. Respiró hondo varias veces y se dirigió hacia el ala de psiquiatría. Sabía que Jiwoo acudía todas las tardes para recibir terapia tras haber sufrido varias crisis nerviosas. Le habían diagnosticado trastornos de personalidad. Nunca había entendido cómo, de un día para otro, aquella chica guapa, inteligente y divertida se había convertido en una persona con problemas de ansiedad, aislamiento social y fobias. Ahora empezaba a hacerse una idea de qué y quién la había empujado a casi perder el juicio. ¡Dios, si el loco era él!

No tenía ni idea de dónde buscarla, así que optó por preguntarle a una enfermera. La mujer la miró de arriba abajo con suspicacia, al final no debió encontrar nada sospechoso, porque sonrió y le indicó una puerta de cristal. Paulina se apoyó contra la pared del pasillo, frente a la puerta, y esperó. Se frotó los brazos, cada vez más impaciente. Esperaba que la sesión de Jiwoo no se alargara mucho o le iba a dar un infarto. Por momentos, lo único que oía eran los latidos de su corazón resonando por todo su cuerpo. La puerta se abrió y Jiwoo apareció seguida de una mujer con el pelo recogido en un moño a la altura de la nuca y una gafas de lana de color azul.

—Hola, Jiwoo —dijo Paulina, esbozando una gran sonrisa—. Tu madre va a retrasarse un poco. Me ha pedido que te acompañe mientras.

Miró a la doctora a los ojos y su sonrisa de niña buena se ensanchó. La terapeuta, tras un par de segundos en los que parecía que estaba tomando una decisión vital, le devolvió la sonrisa. Se inclinó sobre Jiwoo como si se estuviera dirigiendo a un niño pequeño.

—Jiwoo, ¿qué te parece, esperas a tu madre con tu amiga? Yo tengo otro paciente y no puedo quedarme.

Jiwoo miró de reojo a Paulina y empezó a retorcerse los dedos. Al final asintió. En cuanto la puerta se hubo cerrado, Paulina se apresuró a rodear con los brazos los hombros de la chica y la guió por el pasillo, fuera del ala del psiquiatría en dirección a la zona de trauma.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora