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Aquel martilleo incesante había empezado a las siete y media de la mañana. Una hora después, Paulina estaba a punto de perder los nervios. Agarró otra almohada y la puso sobre la que ya tenía en la cabeza. Las apretó con fuerza contra su cara para amortiguar el molesto golpeteo. Tuvo que apartarlas al cabo de unos segundos porque se estaba ahogando por la falta de aire.

Se quedó mirando el techo. Quería dormir, necesitaba dormir... De repente, el sonido se detuvo. Esbozó una sonrisa encantada y se acurrucó bajo las sábanas, abrazando la almohada. Dio media vuelta y se colocó de lado. Luego se giró y se puso boca abajo. Pateó las sábanas con fuerza hasta que estas cayeron al suelo a los pies de la cama, porque era incapaz de volver a conciliar el sueño. Se levantó farfullando un montón de maldiciones mientras se recogía el pelo en un moño flojo sobre la nuca. Solo a su padre se le ocurría hacer reformas en casa en plenas vacaciones de verano.

Salió de su habitación arrastrando los pies. Necesitaba un café bien cargado. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina mientras estiraba los brazos y el cuello para desentumecerse. Se ajustó el pantalón del pijama: el satén rosa era muy lindo, pero tenía tendencia a resbalar por sus caderas. Sintió un escalofrío y tiró del bajo de su camiseta, decorada con conejitos. Se sentía como uno de esos zombis de las películas que se movían sin ninguna coordinación, como si estuvieran borrachos.

Se acercó a la encimera y encendió la cafetera. El mármol estaba frío y se inclinó para apoyar la frente contra él. Maldita jaqueca. La cafetera hizo un ruido sordo y comenzó a gotear. El olor a café flotó en el ambiente y Paulina gimió con un sonoro suspiro de placer. Se estiró, ronroneando como un gatito, y movió las caderas de un lado a otro con un ligero balanceo.

—Adorable.

Paulina soltó un grito. Se giró hacia la voz y se quedó sin habla. Kim Namjoon estaba apoyado junto a la nevera con una botella de agua en la mano. La miraba con los ojos entornados y una sonrisa torcida que probablemente habría derretido el corazón de cualquier mujer del universo. Su mirada la recorrió de arriba abajo y sus labios se separaron con un largo suspiro.

—Creo que a partir de ahora veré los conejitos rosas con otros ojos —anunció.

Se llevó la botella a la boca y bebió un largo trago sin apartar la vista de ella. El pijama tapaba muy poco y pudo corroborar lo que ya intuía: la chica tenía un cuerpo delicioso. Con el pelo revuelto y sin maquillaje era sencillamente preciosa.

Paulina se ruborizó por el repaso e inmediatamente se recompuso.

—¿Qué haces tú aquí? —inquirió. Aunque empezaba a hacerse una idea. Namjoon llevaba la camiseta pegada al cuerpo por culpa del sudor y de su cadera colgaba un cinturón lleno de herramientas. Allí estaba el responsable del incesante martilleo.

—Tu padre me contrató para arreglar el cobertizo y un par de cosas más. —Sonrió con malicia y se mordió el labio inferior.

—Ya. ¿Y siempre comienzas a trabajar tan temprano? Es imposible dormir con tanto ruido —replicó ella, tratando de aparentar indiferencia. Se dio la vuelta para servirse una taza de café y perder de vista aquel cuerpo que se movía con la languidez de un felino perezoso.

—Te pregunté que si solías madrugar, pero tú me ignoraste. Te habría avisado si me hubieras dado la oportunidad —comentó él con tono desenfadado.

—Mi instinto me dice que te ignore. Solo le hacía caso, no suele equivocarse —replicó ella.

—¿No te da pena herir mis sentimientos de ese modo? —se burló Namjoon.

Paulina abrió el armario para coger una taza, pero no quedaba ninguna en el primer estante. Se puso de puntillas para alcanzar las del segundo. Maldita sea, no

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora