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Namjoon se paró frente a la puerta del almacén donde su madre había guardado todas las pertenencias de su padre. Notó una mano en la espalda, y pensó que no debería haber dejado que Paulina lo acompañara. Ya era bastante malo que volviera a las andadas como para meterla a ella en esos malos rollos. Pero decirle que no hiciera algo lograba justo el efecto contrario. Era tan necia como él. En cuanto había escuchado sus planes y la forma en la que pensaba conseguir el dinero para los Min, se había negado a separarse de él.

Giró la llave en la cerradura y subió la persiana. El olor a humedad y aire rancio les colmó los sentidos. Se quedó plantado frente a la entrada. Sus ojos vagaron por el interior. Había un par de cajas en un rincón y, bajo una lona gris, algo a lo que pensó que jamás volvería a acercarse.

—¿Estás bien? —preguntó Paulina.

Namjoon asintió sin mirarla, tomó aire y entró sin dudar. Agarró la lona y tiró de ella.

—¡Vaya! —exclamó ella al ver el vehículo gris decorado con dos rayas negras sobre el capó—. ¿Qué coche es este? —Él la miró de reojo—. No me mires así, seguro que tú no sabrías distinguir un... ¡Bah, déjalo! No sabrías y punto.

Namjoon puso los ojos en blanco, gesto que había aprendido de ella y que comenzaba a entender.

—Es un Shelby GT500. El coche más bonito del mundo, y lo gané en mi primera carrera conduciendo un Chevelle que se caía a trozos. Lo único bueno que mi padre me enseñó fue a amar los coches. Trabajé en esta maravilla durante tres años y no perdí ni una sola carrera. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Aunque daba igual, él siempre encontraba otro motivo para hacerme sangrar.

Paulina se estremeció. Era la primera vez que Namjoon le contaba algo sobre su padre. Ni siquiera respiró para no interrumpirlo, pero él no dijo nada más.

Con un cosquilleo en el estómago, Namjoon se acercó al coche y abrió el capó para conectar la batería.

—Cruza los dedos para que funcione —dijo antes de girar la llave en el contacto. El sonido del motor se elevó en el aire. Cerró los ojos un momento para disfrutar de aquel ronroneo: era como escuchar un coro de ángeles. Aceleró y una sonrisa se extendió por su cara—. Muy bien, pequeño. Vamos a ponerte a punto.

Condujo el Shelby hasta el taller de los Min. Cuando aparcó en el interior, Yoongi salió de la oficina luciendo un aspecto lamentable. Le seguían Jackson y Kim.

—No voy a dejar que lo hagas.

—Cierra la boca antes de que te la cierre yo, Yoongi —le ordenó Namjoon, apuntándole con el dedo a modo de aviso—. Eres un idiota. Me diste trabajo sabiendo que necesitabas ese dinero.

—Tú también lo necesitabas. Eres mi hermano, cuido de ti.

Namjoon resopló.

—Y ahora yo cuido de ti —respondió mientras abría el capó.

—¡Joder! —exclamó Jackson, mirando el motor—. Nunca he visto nada igual.

—Y nunca lo verás —masculló Namjoon—. No hay ninguno como este, es de fabricación propia.

Yoongi se paró a su lado y lo agarró de un brazo para que lo mirara.

—Namjoon, no puedes correr. Es peligroso, y si te pillan...

—No me va a pasar nada y no van a pillarme. Jake me ha dicho que puedo sacar los cinco mil. Así que deja de lloriquear y ayúdame con esto. Tenemos hasta las once. —La rabia que lo invadía era tan fuerte que le temblaba el cuerpo. Apartó la mirada, apretando la mandíbula—. Estoy encabronado, estoy furioso, y no quiero descontrolarme, ¿de acuerdo?

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora