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Namjoon salió de casa con una única idea en la cabeza. Iba a averiguar quién era la chica y qué le había pasado a Taehyung en realidad. Solo podía pensar en sus palabras, en su miedo; y las repetía para sí mismo sin cesar. Aquel asunto apestaba y necesitaba descubrir la verdad.



—¿Sabes dónde está? —le preguntó a Yoongi, que apuraba un café apoyado en su camioneta.

—El tipo de la grúa que retiró el coche después del accidente dice que lo llevó por orden de la policía hasta un desguace que hay al norte. Por la carretera comarcal que circula junto a la autopista —respondió. Dejó el vaso de plástico en la plataforma de su camioneta y subió al Mustang de Namjoon—. ¿Vas a contarme qué pasa? Has evitado este tema desde que regresaste. Y ahora, de repente, quieres detalles.

Namjoon dio marcha atrás y se incorporó a la carretera antes de contestar.

—No pasa nada. Ha llegado el momento de que asuma lo que le ha ocurrido a mi hermano. No puedo regresar a Santa Fe sin despedirme de él y arreglar las cosas. 

—Lo entiendo, pero... ¡Joder, Namjoon! ¿No es un poco siniestro que quieras ver el coche? No sé, hay otra forma.

—Es posible. Pero esta es «mi» forma, ¿okey? —replicó con un atisbo de impaciencia.

—¡BUEEENOOO! —dijo Yoongi, levantando las manos en un gesto de paz.




El dueño del desguace los recibió en una oficina prefabricada en la que hacía un calor insoportable. Aunque no tanto como el ruido del compresor del aire acondicionado que colgaba por fuera de una de las ventanas. Era como si un terremoto constante agitara las paredes. Minutos después salieron de la oficina con unas cuantas indicaciones y una advertencia para que tuvieran cuidado con los perros. Se movieron por las calles que formaban los metros y metros de cubos de chatarra comprimida y los coches aplastados. Un paisaje apocalíptico de muros de hierro y acero.

Encontraron lo que buscaban cerca de una grúa y una cinta transportadora de gran tonelaje: un Ford Crown de color marrón dorado con el morro aplastado en forma de uve.

—Nunca entendí cómo podía conducir esta mierda. Intenté mil veces que se quedara con una de las camionetas que mi padre tenía a la venta. Le habría costado mucho menos que esta lata —comentó Yoongi, dándole una patada a uno de los neumáticos.

—Para él habría sido como aceptar caridad. Era demasiado orgulloso —contestó Namjoon.

—Sí, eso parece que es bastante común en tu familia —le hizo notar su amigo.

—Mira quién fue a hablar, Yo No Necesito A Nadie Min.

Yoongi le enseñó el dedo corazón, mientras modulaba con los labios un «vete a la mierda».

Namjoon se acercó al Ford y la garganta se le cerró completamente. Escudriñó el vehículo y se sorprendió de que no estuviera tan destrozado como esperaba. El parabrisas estaba roto, una telaraña de grietas lo recorría por completo, pero no había ni rastro de colisión. Solo parecía haber cedido por la presión del golpe. Tiró de la puerta del conductor unas cuantas veces, hasta que logró desencajarla y que se abriera. En cuclillas examinó el interior. El salpicadero se había combado hacia arriba y el cuadro del cuentakilómetros estaba desencajado. El volante se veía intacto. En realidad, todo el interior estaba demasiado bien para un golpe como el que se suponía que había tenido. Intentó no fijarse en las manchas oscuras de la tapicería de los asientos y en las que salpicaban parte del interior de la puerta y el volante.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora