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De todas las malas ideas que has tenido hasta ahora, esta es la peor —protestó Paulina mientras bajaba del coche de Kina.

Se soltó la coleta y se sacudió la melena con los dedos para darle volumen a su pelo. Contempló la explanada y los nervios le arañaron el estómago. Camiones gigantescos bordeaban la carretera, camionetas de grandes ruedas y coches tuneados para carreras atestaban el aparcamiento. Se dio la vuelta y estudió el local. Frente a la puerta, una decena de Harleys perfectamente alineadas brillaban bajo las luces de neón del cartel. Tenía una sola planta y las ventanas parecían pintadas del mismo color que las paredes.

—Y por eso va a salir bien —dijo Kina, cogiéndola de la mano—. A mí no me vacila nadie, y menos un fracasado.

—Ni siquiera sabes a qué se dedica para hablar así de él.

—No me hace falta.

—Y no te vaciló, fuiste tú, al igual que la apuesta fue cosa tuya. Yo estaba allí, ¿recuerdas? —Se detuvo en secó y tomó aire—. Mira, yo misma le daré los cuarenta dólares si nos vamos ahora mismo.

—Relájate, ¿qué puede tener este sitio que no tengan otros? —exclamó Kina, arrastrándola hacia la entrada.

—¿Te refieres a algo más que al hecho de que parece sacado de una de esas películas de Carretera al infierno o Carretera 666? Siempre hay un sitio como este, en

una carretera como esta —gimoteó.

Kina le dedicó una mirada impaciente.

—Deja de decir tonterías. No tiene ninguna gracia.

De repente, la puerta se abrió y un tipo enorme con un delantal blanco apareció jalando por la camisa a otro tipo. Con la mano libre lo agarró de los pantalones y lo lanzó por los aires. El hombre aterrizó como un saco a los pies de las chicas, levantó la vista y las miró. Una sonrisa se dibujó en sus labios e hipó.

—Señoritas, las invito a una copa —arrastraba las palabras, completamente borracho. Su cabeza se desplomó sobre la arena.

Kina y Paulina se miraron un instante y sus ojos volaron hasta la puerta. El hombre del delantal se quedó mirándolas al ver que no se movían.

—¿Van a entrar? —les preguntó con cara de pocos amigos.

Las dos asintieron a la vez. Como para decirle que no con aquella cara.

—¡VAMOS, seguro que no es para tanto! —susurró Kina.

—No sé cómo me he dejado convencer —masculló Pau.

Cogidas de la mano entraron en el local. Dentro, el aire era casi irrespirable. Sobre sus cabezas flotaba una densa nube de humo de cigarrillos que se mezclaba con el

que se escapaba de la cocina. Olía a algo raro mezclado con alcohol y ambientador, y hacía un calor insoportable. El techo era bajo y los muros estaban decorados con carteles de coches antiguos y matrículas de todos los estados, entre publicidad de cerveza y de bourbon. Una de las paredes lucía una colección de viejos vinilos enmarcados, y fotografías de boxeadores autografiadas.

Los clientes no eran del tipo que ellas solían encontrar en los lugares que frecuentaban. Estaba repleto de camioneros, moteros, trabajadores de la construcción..., gente de paso que buscaba un sitio donde tomar algo que no se encontrara dentro de una máquina expendedora. Un par de camareras serpenteaban entre las mesas, vistiendo unos shorts y unas camisas de cuadros anudadas bajo el pecho.

—¡Me encanta este lugar! —exclamó Kina con una enorme sonrisa.

Paulina lo contemplaba todo con los ojos muy abiertos. Se estremeció cuando un par de tipos —que parecían hermanos de los ZZ TOP, con largas barbas, bandanas de calaveras en la cabeza y chaquetas de cuero, a pesar de que allí dentro podrían estar rondando los treinta grados—, la miraron como si estuviera desnuda. Trató de ignorarlos y siguió a Kina entre la gente. El local formaba una ele y al llegar al fondo se abría hacia la izquierda. Mesas de billar y futbolitos se distribuían en esa parte bajo rieles de bombillas amarillas. Reconocieron a algunos chicos del instituto, gente del barrio que las miraban con descaro. Las risitas y los comentarios llegaron hasta sus oídos, pero los ignoró.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora