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Sentada a la mesa de la cocina, Paulina era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera Namjoon. Un par de horas antes se habían encontrado en la puerta. Ni una mirada, ni un saludo. Lo único que había recibido por su parte había sido una absoluta indiferencia, y esa actitud le había dolido. Saber que se encontraba allí, a solo unos metros de ella, era una tortura.

Estaba hecha un lío. La tarde anterior él había dejado muy clara su postura. En unas semanas regresaría a Santa Fe y, mientras, quería salir con ella y divertirse. Conociéndole, seguro que se refería a pasar las noches en ese local de mala muerte y a tener sexo sin parar. Lo que significaba que la veía como una relación pasajera y poco más. Esa realidad había abierto un abismo de decepción en su interior y se odiaba por sentirse así. ¿Qué esperaba cuando ella también iba a marcharse y a iniciar una nueva vida? ¿Que la siguiera hasta Columbia?

La puerta de la cocina se abrió y Namjoon entró con una botella de agua vacía en la mano. Durante un segundo sus miradas se encontraron. Él no dijo nada, dejó la botella sobre la mesa y se dirigió a la nevera. Paulina lo contempló. Llevaba una camiseta de tirantes ajustada que dejaba a la vista sus tatuajes. Todo su cuerpo se estremeció al recordar lo que había sentido al tocarlos. ¿A quién quería engañar? Se derretía por dentro cuando lo tenía cerca, y en esas circunstancias se creía capaz de hacer cualquier cosa que le pidiera.

Namjoon cerró la nevera y se dispuso a largarse por donde había entrado. El timbre de la puerta sonó. Paulina se levantó de la silla, pero no para abrir. Se plantó delante de él, cortándole el paso.

—Espera, Namjoon —pidió, frenando su avance con las manos en su estómago. Él bajó la vista claramente molesto por la confianza y ella las apartó—. Es absurdo que te comportes así conmigo, como si hubiera asesinado a tu perro.

Namjoon alzó una ceja con un gesto que a ella le pareció muy sexy y Paulina se obligó a continuar:

—¿Qué quieres de mí? Hasta hace unos días no me conocías, ni siquiera te caía bien ni era tu tipo. Y ahora estás enfadado conmigo porque me da miedo que la gente nos vea juntos y empiece a sacar conclusiones que no son.

—Hoseok, querido, ¡qué sorpresa! —exclamó la voz de Helen Kang en el vestíbulo—. ¿Qué te trae por aquí?

—Nunca he necesitado un motivo para visitarlos —respondió Hoseok—. Pasaba por aquí y he pensado que podría ver cómo está Pau. Quiero disculparme por mi comportamiento de ayer en el club.

—¡Es tan considerado por tu parte! Estaba en la cocina hace un momento.

Mientras esa conversación estaba teniendo lugar, Namjoon y Paulina no apartaban los ojos el uno del otro, inmóviles como dos estatuas salvo por sus expresiones. La de Namjoon era la de la ira personificada, la de Paulina un caleidoscopio de emociones que iban desde la vergüenza al enfado.

—¿Ayer? ¿Con él no te da miedo lo que piensen los demás? —la cuestionó Namjoon con voz envenenada.

—Eso no es justo —susurró ella.

—Aquí la tienes —dijo Helen al entrar en la cocina.

Hubo un momento incómodo por parte de todos, en el que las miradas entre unos y otros se sucedieron. Hoseok clavó sus ojos en Namjoon y después en Paulina, y regresaron de nuevo a Namjoon con un destello de violencia contenida. Una sonrisa falsa se dibujó en sus labios.

—¡Vaya, hola, Kim! ¿Qué haces tú aquí?

—Oh, ¿no lo sabías? —se apresuró a intervenir Helen—. Halbrok contrató al hijo de Han para que arreglara el tejado del cobertizo.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora