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Namjoon dejó un par de llaves sobre el banco de trabajo y se limpió las manos manchadas de grasa con un trapo. Miró su reloj por tercera vez en diez minutos. Ya eran las siete. Resopló y comenzó a extraer la batería muerta de una preciosa Harley Electra Glide de 1969. Pronto él tendría una como esa, en un par de años como mucho. Volvió a mirar el reloj y maldijo por lo bajo. No iba a aparecer, la princesita no iba a aparecer. Okey, muy bien, pues iría a buscarla.

Se quedó inmóvil. ¡Por supuesto que no iría! Joder, si no quería venir, ella se lo perdía. Como si no hubiera chicas dispuestas a pasar un rato en su compañía. El problema era que él no quería a cualquier chica, la quería a ella. Le hervía la sangre cuando la tenía cerca, se ponía nervioso. Jamás se había alterado de ese modo por culpa de una mujer.

¿Qué le pasaba con Paulina? No lograba entenderlo. No sabía si era porque tenía un cuerpo hecho para condenar al infierno al hombre más casto, o porque lo ignoraba completamente. No, no era solo atracción sexual. La deseaba, de eso no tenía la menor duda, pero había algo más. Su risa le producía calor y le gustaba hacerla enfadar solo para ver cómo enrojecía. En los últimos dos años, solo ella le estaba haciendo sentir esas cosas, y la lista de números de teléfono que había sumado en todos esos meses era bastante larga.

Miró de nuevo la hora. Las siete y cuarto.

—¿Por qué miras tanto el reloj? ¿Tienes prisa por algo? —preguntó Yoongi al llegar a su lado. Llevaba un montón de tapacubos en los brazos y encima unas latas de cerveza.

—No.

—Si necesitas salir antes, solo tienes que decirlo —insistió Yoongi.

Colocó los tapacubos en el suelo, junto a un Chevelle. Alcanzó una lata y se la lanzó a Namjoon, que la cogió al vuelo y la abrió con los brazos estirados para que no le salpicara.

—Todo está bien, en serio. —Se quedó mirando el suelo. O lo soltaba o acababa escupiendo bilis—. Bueno, no lo está. Me ofrecí a arreglarle el coche a la princesita y... no ha aparecido. La cabrona me ignoró

Yoongi se quedó inmóvil con la lata a medio camino de su boca y los ojos abiertos como platos.

—¿Qué demonios te pasa con ella?

—Si lo averiguas, ven y cuéntamelo, porque yo no me entero —masculló Namjoon.

Yoongi alzó las cejas. Miró al infinito, tenso, y comenzó a mover la cabeza de un lado a otro.

—Lo sabía, me di cuenta la otra noche. ¡Te gusta de verdad! —exclamó, como si esa fuera la peor noticia del mundo—. No es para nada tu tipo y lo sabes.

—Lo sé —respondió Namjoon con la mirada huidiza.

—Y también sabes que un amigo como nosotros solo acaba con una princesa como ella en las películas. En la vida real no funciona.

—Lo sé, y no se trata de eso. ¡Joder, no quiero casarme con ella! —gruñó con expresión cansada—. Ni siquiera algo serio, pero me tiene loco.

—Lo que te tiene es salido.

—¡Dios, sí!

Yoongi alzó las manos como si dijera: ahí lo tienes, esa es la respuesta.

—Genial, me quitas un peso de encima. Pues ya sabes, tíratela cuanto antes y olvídate de ella.

—A veces eres un auténtico pendejo.

Yoongi se encogió de hombros.

—Bueno, tengo un buen maestro, deberías sentirte orgulloso.

Namjoon le enseñó el dedo corazón y lanzó su lata a la papelera. El sonido de unos neumáticos sobre la gravilla llegó hasta ellos, se detuvo y se oyó un portazo.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora