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Por suerte, no lo siguió. Subió al coche, agradecido por el silencio y el hecho de estar solo por primera vez en los últimos dos días. Reconocía la ayuda y la preocupación de su amigo, pero estaba llegando a su límite, y no quería que el motivo por el que lo cruzara fuera Yoongi. Le debía tanto al chico que jamás viviría los años suficientes para agradecérselo todo. Por ese motivo iba a tratar de hacer bien las cosas; por él y por la mínima posibilidad que tenía de lograr un futuro junto a la única chica que necesitaba de verdad. El problema era que no tenía nada que pudiera servirle para aclarar lo que le pasó a su hermano aquella noche. Solo un coche con marcas de defensas en la parte trasera; una fotografía que mostraba a su hermano apaleado; una chica aterrada que decía cosas sin sentido; y un agente de policía que no pensó en ningún momento que el accidente de Taehyung mereciera algo más que un par de frases en un informe policial. Jacob había visto dos coches en el lugar del accidente, uno de ellos un deportivo rojo, pero nada más. Y eso era lo único que tenía, absolutamente nada salvo su instinto.

Giró la llave en el contacto y el motor rugió. Ese sonido lo tranquilizaba. Conducir era una de las pocas cosas que aún lograban calmarlo. Tomó la carretera de la costa. Los minutos pasaron y cuando decidió dar media vuelta y regresar, había anochecido por completo.

El indicador de gasolina parpadeaba en el salpicadero. Se dirigió a la gasolinera y llenó el depósito antes de regresar a casa. Tuvo que dar un pequeño rodeo porque dos coches habían chocado a la entrada del Walmart y la calle estaba cortada. Giró hacia el centro. Mala idea. El tráfico era mucho más lento en esa zona. Bajó la ventanilla y sacó la cabeza para intentar averiguar por qué se detenían los coches.

El corazón le dio un vuelco. 

¡Era ella! 

Vio su reflejo en el cristal de un escaparate y necesitó un segundo para darse cuenta de que caminaba por el otro lado de la calle. Se inclinó hacia la otra ventanilla. Allí estaba, con el rostro oculto bajo su larga melena, caminando encogida sobre sí misma como la había visto hacer en el hospital. Dio un bote en el asiento. Tenía que aprovechar aquella oportunidad, porque quizá no se le presentara otra.

El vehículo de delante se movió y Namjoon aprovechó el hueco para deslizarse con su Mustang hasta la acera y aparcar. Se bajó a toda prisa y siguió a la chica. 

—¡Jiwoo! —la llamó.

Ella miró hacia atrás y, al reconocerlo, sacudió la cabeza y aceleró el paso. Namjoon echó a correr y la alcanzó al doblar una esquina.

—Espera, por favor.

La agarró por la muñeca para que se detuviera.

—Suéltame, no pueden vernos juntos. ¡Suéltame, por favor! —suplicó Jiwoo, tirando de su brazo mientras sus ojos se movían a toda velocidad por las caras que pasaban junto a ellos.

—He visto tus cosas en mi casa, también esto —dijo Namjoon, mostrándole la cruz que pendía de una cadena. Ella se quedó atónita, mirándola sin parpadear, y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿La quieres?

Jiwoo asintió con la cabeza y la palma de su mano se abrió frente a él. Namjoon se la entregó y Jiwoo cerró los dedos en torno al colgante. No dejaba de temblar.

—Sé que estaban juntos —dijo Namjoon, buscando sus ojos—, y también sé que lo que le pasó no fue un accidente. —Ella se estremeció y dio un paso atrás—. Tú sabes qué le pasó, pero tienes miedo. Tienes miedo de la persona que le hizo daño a mi hermano, ¿verdad? Tú sabes quién fue. Jiwoo, ¿quién fue?

Ella sacudió la cabeza con los ojos desorbitados y comenzó a alejarse.

—Si lo querías, ayúdame. Hazlo por él. Necesito saber qué le pasó —insistió Namjoon.

—No puedo, lo siento. Olvida este asunto y vete de Port Pleasant. Hazlo por Taehyung, vete.

—¡Jiwoo! —rugió una voz desde la carretera—. ¿Qué demonios haces? Sube a la camioneta ahora mismo.

La chica dio un respingo y la vida abandonó su rostro. Bajó la cabeza y se dirigió a una enorme GMC Sierra negra con defensas cromadas. Subió al asiento trasero.

Namjoon se quedó inmóvil, con los ojos clavados en el conductor. Necesitó un momento para reconocerlo. Sus pensamientos retrocedieron hasta la noche en la playa, cuando jugaron a verdad o prenda con Hoseok y sus amigos. Era Jungkook, el tipo con el que Yoongi había tropezado en la arena y con el que casi había llegado a las manos. 

Jungkook le sostuvo la mirada con una expresión insolente, y una sonrisita burlona se dibujó en sus labios antes de acelerar y desaparecer entre el tráfico.



Namjoon regresó a casa y se sentó en el porche. Su mente era un caos. Necesitaba respuestas para volver a respirar sin esa sensación angustiosa en el pecho que convertía su sangre en ácido y que le quemaba por dentro. Aún no sabía qué clase de milagro lo mantenía allí sentado, cuando lo único que quería era ir en busca de ese amigo. Pero le había hecho una promesa a Yoongi. Primero iba a intentarlo por las buenas, y su única razón era Paulina. Lograría que Jiwoo hablara, después iría a por Jungkook, y el testimonio de Jacob terminaría de darle forma a aquella locura.

Se pasó una mano por el pelo. Algo se le escapaba, algo evidente que no conseguía ver. ¿Qué relación había entre Jiwoo y Jungkook? ¿Sería su chica? ¿Celos? Arrojó la lata de refresco que tenía en la mano contra una de las columnas del porche. El bote reventó y el contenido salió a presión como si fuera un géiser. Se quedó mirando la columna: había hecho un agujero en la madera. Con un suspiro se puso de pie. Debía limpiar todo aquello o le daría un buen disgusto a su madre. 

El teléfono sonó dentro de la casa. Fue hasta la cocina, pensando que sería Yoongi para asegurarse de que seguía allí y que no estaba asesinando a nadie en ningún descampado. Descolgó.

—Diga —respondió con desgana.

—Soy Jiwoo, hablaré contigo —dijo una voz ahogada en sollozos al otro lado.

El corazón se le desbocó en el pecho. Tomó aliento en un intento por calmarse, pero no funcionó en absoluto. Hubo un momento de silencio.

—¿Cómo has conseguido este número?

—Taehyung —replicó ella a modo de respuesta—. Hablaré contigo. Estaré dentro de quince minutos en el aparcamiento de Wings, la vieja feria.

—Gracias —dijo Namjoon en tono vehemente antes de colgar.

Salió disparado de la casa. El pulso le iba a mil por hora mientras conducía hasta la vieja feria. Hacía años que aquel recinto estaba cerrado al público, desde que el ayuntamiento decidió trasladarla junto al paseo marítimo, donde la afluencia de turistas era mucho mayor.

Se detuvo en el aparcamiento, que estaba oscuro como la boca de un lobo. Los faros de su vehículo iluminaron un pequeño Toyota de color gris. Se bajó y fue hasta el coche.

Jiwoo surgió de la oscuridad. El pecho le subía y bajaba con rapidez y el rostro le brillaba bajo un reguero de lágrimas. Lo miró horrorizada, demasiado aturdida para moverse. Temblaba de arriba abajo, tanto que era un milagro que las piernas la sostuvieran erguida. 

Namjoon aceleró el paso.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

Ella se encogió y dio un paso atrás.

—Lo siento —gimió—. Lo siento mucho. Me han obligado.

Namjoon se detuvo. Ella no le estaba mirando, sino que contemplaba algún punto tras él. Apenas tuvo tiempo de ver una sombra. Recibió un golpe en las piernas y otro en la espalda que lo dejó sin aire. Cayó de rodillas, desorientado. A continuación sintió cómo le cubrían la cabeza con algún tipo de bolsa o saco de tela. Recibió un nuevo golpe, una patada, esta vez en el estómago, que le hizo doblarse hacia delante y caer de lado. Otra patada en el costado le arrancó un aullido ronco y dejó de sentir cuando un puño se estrelló en su cabeza.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora