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No puedo creer que esté haciendo esto», pensó Namjoon mientras se colaba en la habitación de Paulina a través de su ventana.

Llevaba dos horas dentro del coche, aparcado a pocos metros del hogar de los Kang, con la esperanza de que, en algún momento de la noche, la chica saliera de casa. Al final había acabado con los nervios destrozados por culpa de la impaciencia, incómodo por las miradas que algunos vecinos comenzaban a lanzarle, y desesperado porque sabía que una vez que se le metía algo en la cabeza, no paraba hasta llevarlo a cabo costara lo que costara.

La habitación estaba iluminada por una lamparita de lava que emitía una tenue luz, y no había nadie a la vista. En el baño se oía el agua de la ducha. Se sentó en la cama y contempló el dormitorio. Las paredes estaban llenas de cosas de chicas: fotos, pósters de películas, pañuelos... Había un escritorio perfectamente ordenado, un librero, un par de armarios y una cómoda. Todo en colores blancos y amarillos; nada rosa, observó con cierta decepción. Sin saber por qué, ese color se había convertido en parte de sus fantasías.

Se puso de pie, incapaz de permanecer quieto. Cruzó el cuarto y fisgoneó los libros que había sobre la mesa. Después se acercó a la cómoda y se asomó al primer cajón entreabierto. Silbó por lo bajo y cogió con el dedo unas braguitas azules de encaje. Estuvo a punto de guardárselas en el bolsillo, pero en el último momento le hizo caso a su conciencia. Con la mano libre cogió un sujetador a juego, alzó ambas prendas y una sonrisa se dibujó en su cara. Se la imaginó con el conjunto puesto... o quitándoselo. Ahora sí que era un acosador en toda regla. ¡Mierda, aquella chica le estaba dejando frito el cerebro!

Jamás en su vida había hecho nada parecido, ni remotamente parecido. Ir así detrás de una mujer, contra sus propios principios y normas; porque tenía normas, eran necesarias. Se le estaba yendo la olla.

La puerta se abrió de golpe. Namjoon se giró y sus ojos se encontraron con los de Paulina. Apenas iba cubierta con una toalla, y durante un instante se quedó embobado con la aparición.

Paulina solo acertó a ver un cuerpo enorme en medio de la penumbra de su habitación. Gritó aferrándose a la toalla. El cuerpo se abalanzó sobre ella y le tapó la boca mientras siseaba para que se callara.

—¡Joder, soy yo, Namjoon! Shhhh... No grites —susurró con urgencia.

Paulina se quedó de piedra. Parpadeó y enfocó sus ojos en aquel rostro que se encontraba a solo unos milímetros del suyo.

—¿Namjoon? —Movió los labios bajo la mano que le cerraba la boca.

—Sí.

De repente, ella le dio un empujón que lo estampó contra el dosel de la cama.

—Pero ¿qué demonios haces en mi cuarto? Me has dado un susto de muerte.

—Lo siento —se disculpó él.

—¿Que lo sientes? —Empezó a pegarle en el hombro y en el pecho con la mano libre—. Eres idiota. ¿Quién te crees que eres para colarte así en mi habitación? Casi me matas de un infarto. Se me va a salir el corazón por la boca.

Namjoon alzó los brazos para protegerse, mientras una risa ahogada brotaba de su garganta. Logró sujetarla y la inmovilizó contra una de las columnas del dosel.

—Lo siento, ¿okey? —musitó—. Voy a soltarte, pero prométeme que no vas a pegarme.

—No voy a pegarte —le aseguró—. ¡Voy a matarte! —juró entre dientes, intentando plantarle un bofetón en la cara.

Namjoon le detuvo el brazo y apretó los dientes para no reír a carcajadas.

—¡Pau! ¡Pau, mi amor! ¿Qué ocurre? —gritó su padre en el pasillo.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora