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A Namjoon se le aceleró la respiración y se giró hacia el chico. La niebla que había embotado su mente se aclaró. ¡Dios, había metido la pata hasta el fondo con ella!

—¿Y dónde está?

—No lo sé, supongo que se habrá ido a casa. Kim ha tomado el relevo en el hospital.

—Tengo que verla —musitó para sí mismo.

Rodeó el coche sin despedirse y se sentó al volante. La puerta del copiloto se abrió y Kina se sentó a su lado.

—A ver cómo te digo esto para que lo entiendas y no suene peor de lo que es —empezó a decir ella. Frunció los labios —. Si le haces daño a Pau te cortaré las pelotas. Esa perra está enamorada de ti desde que tenía catorce años, le importas, y parece que ella también te importa a ti. Así que... ¡deja de explotar como una bomba cada vez que se te cruzan los cables, deja de hacer pendejadas! ¡Ella vale la pena y si tú no eres capaz de verlo, déjale el sitio a otro que sí pueda!

Namjoon entornó los ojos con una mirada amenazante.

—¡Qué! —soltó ella con un parpadeo inocente—. Me quedaría a charlar, pero tengo planes. Así que intenta portarte bien durante un rato y no me los fastidies. 

Se bajó del coche y lo despidió con la mano antes de dirigirse a la camioneta de Yoongi, aparcada al otro lado de la calle.






Desde el baño Paulina pudo oír cómo la ventana de su cuarto se abría. El corazón se le aceleró. Sabía que era él. No creía en conexiones químicas, románticas, ni en nada de eso. Esas cosas solo formaban parte de los libros y las películas. Pero a veces tenía la sensación de que entre ellos era así. Mantenían algún tipo de lazo invisible que palpitaba cuando estaban cerca el uno del otro.

Se apoyó en el lavabo para sostenerse –las piernas le temblaban como si fueran de mantequilla–, y se miró en el espejo mientras un suspiro de alivio escapaba de entre sus labios. Que él estuviera allí, colándose en su habitación, era señal de que no se había metido en ningún lío..., o quizá sí. Se tomó su tiempo antes de salir, necesitaba hacer inventario de sus sentimientos. Aún estaba enfadada con él. Se ahuecó el pelo tras cepillarlo y se lavó los dientes. Después se deshizo de la toalla y se vistió con unos leggins y una camiseta de tirantes que había preparado para dormir.

Salió del baño. La habitación estaba en penumbra, iluminada tan solo por la luz anaranjada de la lámpara de lava que tenía sobre la cómoda. Namjoon estaba sentado junto a la ventana, con la cabeza colgando entre los hombros y los brazos apoyados en las piernas. ¡Parecía tan cansado! Alzó la cabeza y se quedó mirándola. Se puso de pie y se acercó a ella sin decir una palabra. De pronto, cayó al suelo de rodillas y la abrazó por las caderas hundiendo el rostro en su vientre.

Paulina no se movió, demasiado aturdida por la escena. Pero poco a poco bajó la mano hasta su cabeza y le enredó los dedos en el pelo. Lo acunó contra su cuerpo como si se tratara de un niño pequeño, sin apenas respirar. Él la apretaba con tanta fuerza que se le estaban durmiendo las piernas. Levantó la cabeza y la miró.

—Lo siento —susurró Namjoon—. Lo siento mucho, princesa.

Ella se tragó el millón de preguntas que tenía en la punta de la lengua y también un par de reproches. Deslizó los dedos por su mandíbula, oscura por una barba de tres días que le daba un aspecto muy sexy.

—Lo sé —respondió.

—Te dije que lo estropearía muchas veces —le recordó, mientras le rozaba con la nariz la piel que sobresalía por encima de su ropa interior. Le besó el estómago y deslizó las manos por debajo de su camiseta.

Limits- KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora